Pongámoslo así. Un buen día, en la empresa empiezan a correr rumores de cambios; se habla de despidos y que algunas áreas incluso podrían desaparecer; muy preocupados, los trabajadores deciden organizarse para defender sus derechos y establecer una negociación con el gerente. Acuerdan una reunión.
Llega ese día. El gerente los lleva hasta su sala de juntas e impone sus condiciones: a partir de ahora, tendrán que trabajar los sábados, su sueldo se verá reducido a la mitad y no tendrán más prestaciones porque estarán bajo un régimen de contrato. A cambio de eso, ningún trabajador será despedido.
Todos los empleados celebran lo que consideran un verdadero triunfo; justifican que para lograrlo en algo tenían que ceder. Es la euforia de la derrota.
La falta de una sólida política exterior, el desconocimiento de los principios básicos de las relaciones internacionales y la sumisión ante un gobierno autoritario ha llevado a nuestro país a uno de los episodios más vergonzantes de nuestra compleja relación con los Estados Unidos. México ha aceptado la imposición de un acuerdo migratorio para evitar una sanción comercial.
¿Cuál es el saldo de este generoso acuerdo? México se compromete a detener la ola de migrantes centroamericanos, a desplegar elementos de la guardia nacional en nuestras fronteras y comprar a los norteamericanos millones de dólares en productos agrícolas. Estados Unidos sólo se compromete a no imponer aranceles a nuestros productos.
Logramos detener la injusta imposición arancelaria –la cual podía ser combatida mediante el arbitraje internacional- a cambio de que nuestro país se convierta en el muro que Donaldo Trump no ha podido construir.
La política de ‘puertas abiertas’ sobre migración que el Presidente puso en marcha semanas después de su llegada al poder quedó cancelada; no habrá más ofrecimientos de visas de trabajo, tampoco empleo para la construcción del tren maya y menos aún, el apoyo a las caravanas de migrantes. Ahora, México aumentará “significativamente” el control fronterizo y las deportaciones, desplegando miles de soldados de la Guardia Nacional para frenar la migración centroamericana, algo nunca hecho en nuestra historia.
Hasta ahora, tampoco nos han dicho en qué consiste el anuncio del Presidente Trump, sobre el compromiso de comprar a los campesinos estadounidenses "grandes cantidades" de productos agrícolas de forma inmediata.
Gracias a su arrogante indiscreción, hoy sabemos que también se acordaron cosas que no han sido informadas y que se darán a conocer "en su momento". ¿Hasta dónde se ha comprometido nuestra soberanía? ¿De qué nos enteraremos mañana, una vez que el gobierno norteamericano autorice que se hagan públicas? Menos mal que nuestra dignidad quedó intacta.
Los mexicanos demandamos que el Presidente dé a conocer el contenido del acuerdo en todos sus términos.
Haremos el trabajo sucio en materia de migración; actuaremos como el patio trasero a cambio de que se nos permita seguir entrando a la casa. Aceptamos la estrategia de “patear al perro y acariciarlo después”, como dijeron fuentes de la cancillería al diario español El País.
Contrario a lo que el Presidente cree, los viajes internacionales y las visitas oficiales no sirven sólo para engrosar con fotografías el álbum familiar; no son una especie de turismo diplomático para que los mandatarios conozcan, a cuenta del erario, los lugares más importantes del mundo.
La diplomacia sirve para establecer lazos políticos y comerciales; para lograr aliados en el escenario mundial y concretar acuerdos que sirvan a diversificar nuestras relaciones internacionales, pero sobre todo, para construir un liderazgo que evite el trato que hoy hemos recibido.
México está cada vez más solo a causa de un Presidente que no dialoga con los líderes del mundo. Hace algunos días, informó que no asistirá a la Cumbre del G-20 -el grupo de los países más poderosos del mundo que representan el 85% de la economía mundial- a celebrarse a finales de junio en Osaka, Japón. A cambio, enviará una carta donde expondrá su desacuerdo con la desigualdad económica que origina el deterioro del medio ambiente, la migración, la inseguridad y violencia.
El Presidente ha dicho no estar de acuerdo con la guerra comercial pero la semana pasada, ha aceptado con sumisión todas las condiciones impuestas por los Estados Unidos, tratando de disfrazarla de un triunfo diplomático y comercial.
La manifestación de este sábado en Tijuana, por la “dignidad” de México y la “amistad con el pueblo de Estados Unidos”, sólo puso en evidencia el espíritu de la cuarta transformación: celebrar ante la derrota.
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