Durante estos dos días estamos viviendo la movilización social y de conciencia más importante en la historia moderna de México.
Desde hace mucho tiempo las mujeres tienen un papel protagónico en todas las actividades del país. Su desempeño es crucial lo mismo en la administración pública que en la actividad económica, la docencia y la investigación; incluso, en la forma en que administran nuestros hogares y deciden con absoluta responsabilidad la educación y formación de nuestros hijos. Sólo falta que nos gobiernen desde la Presidencia de la República.
Hoy que las mujeres no estarán, los hombres no podremos lograr que el país funcione igual. Su deliberada ausencia disminuye sensiblemente el ritmo y la eficacia de las instituciones de gobierno y de las empresas. La economía y la articulación social que ellas representan –sociedad, familia, escuela, trabajo-, se verá seriamente impactada. Esto es precisamente lo que sucede cuando una mujer desaparece víctima de la violencia: todo su entorno se modifica como hoy mismo lo vive el país entero.
En un reclamo de justicia, miles de mujeres decidieron manifestar su desesperación por la violencia feminicida del que están siendo objeto. Cada día son asesinadas diez de ellas; hoy mueren más del doble que hace cuatro años. El 66% de las mujeres mayores de 15 años han sufrido al menos un incidente de violencia de cualquier tipo; y 4 de cada 10 mujeres adultas han vivido algún episodio de violencia sexual.
¿No es suficiente? En 2018, 200 mil mujeres vivieron un intento de violación; y más de un millones sufrieron una agresión física en el hogar; hoy han decidido parar para recordarnos que más de un millón de mujeres fueron violadas en su etapa infantil. Hoy las mujeres decidieron permanecer en sus casas porque la tercera parte de las mujeres en México ha sufrido algún tipo de agresión física. Por eso es que hoy nadie se mueve.
Eso ocurre todos los días y no lo hemos querido ver. Es muy lamentable que haya tenido que ser la violencia cruda y descarnada la que nos haga tomar conciencia de la situación que sufren en todo lugar y en todo momento.
La emancipación femenina que vivimos no ha sido resultado de un acto de conciencia colectiva. Ha sido producto de la violencia individual, de la agresión física y el maltrato, del acoso laboral y sexual, de la muerte feminicida. No hemos sido nosotros los hombres quienes hemos entendido la profunda crisis social que ha provocado el patriarcado, sino la fuerza y la voluntad de millones de mujeres que han decidido que ya no más.
Durante los últimos años, hay que aceptarlo, las leyes han cambiado para simular el empoderamiento de la mujer. Se han establecido reglas de equidad representativa –hoy la mitad de quienes integran el Congreso de la Unión son mujeres-, para garantizar una mayor y efectiva participación de la mujer en los asuntos públicos. Incluso, en algunos ámbitos se ha interpretado más como una concesión que como lo que realmente es, un derecho.
En nuestra sociedad, ser mujer debe considerarse un privilegio y no la condición que les coloca en una situación de discriminación, dominación y muerte.
Mañana habrá terminado la marcha y se habrá levantado del paro nacional de mujeres, pero nada volverá a ser igual. La violencia de género no debe ser jamás una conducta normal y socialmente tolerada. La sociedad y su gobierno estamos obligados detener la barbarie, porque no se trata de defenderlas, sino de garantizar en los hechos una vida libre de violencia. Sin violencia, nadie necesita ser defendida.
Después de las marchas de ayer y el paro de hoy, quedará claro algo que siempre supimos y muy pocas veces aceptamos: no podemos estar #UnDiaSinUstedes.
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