Las mejores empresas del mundo especializadas en refinerías rechazaron construir el proyecto; el Instituto Mexicano del Petróleo (IMP) realizó un estudio donde concluyó que esta construcción es inviable técnica y financieramente; la deforestación del manglar ha roto el ecosistema y podría provocar inundaciones; los inversionistas y mercados insisten en que el gobierno ha equivocado la estimación de tiempos y costos.
Sin embargo, la construcción de la refinería de Dos Bocas en Tabasco sigue adelante, sin más argumento que la insistencia del Presidente por hacer del gobierno el gran constructor del país. Ahora el Ejército (SEDENA) construye aeropuertos, el Fondo Nacional de Turismo (Fonatur) construye trenes y la Secretaría de Energía (Sener), junto con PEMEX construirán Dos Bocas. Pese a que se trata de inversiones de miles de millones de dólares, ninguna empresa -extranjera o del país-, ha querido arriesgarse frente a la evidente inviabilidad de estos proyectos.
Haber declarado desierta la licitación pública para construir la refinería de Dos Bocas fue otra “cachetadita”, como la que reconoció Alfonso Romo, el Jefe de la Oficina de la Presidencia, respecto del avance de la economía. Y puso al descubierto la cadena de errores, la supresión de procesos administrativos y la violación a las leyes ambientales. Ni siquiera la Constitución ha podido frenar la obstinación presidencial por cumplirle a sus paisanos una promesa de campaña.
Las tres empresas que el Presidente presumió como las mejores del mundo, especializadas en construcción de refinerías, dijeron que no se puede hacer Dos Bocas en un periodo de tres años y tampoco a un costo de ocho mil millones de dólares. Pero el Presidente López Obrador dice que Pemex y la Secretaría de Energía son mejores que esas empresas y que sí podrán hacerlo posible, sin más argumento técnico y financiero que la voluntad del incansable ganso.
Basta recordar que la Secretaria de Energía nunca ha construido una sola refinería y Pemex no lo ha hecho en los últimos 40 años. De hecho, no hay nadie en Pemex que esté en activo y que haya participado en la construcción de alguna refinería.
Las últimas refinerías que Pemex puso en marcha fueron la “Héctor R. Lara Sosa”, en Cadereyta, Nuevo León y la “Antonio Dovalí Jaime”, en Salina Cruz, Oaxaca, ambas inauguradas en 1979, siendo presidente José López Portillo. La primera tardó seis años en construirse mientras que la segunda llevó casi nueve, a diferencia de los tres que ha ofrecido el Presidente para el proyecto de Dos Bocas.
Según datos de PEMEX, Cadereyta procesa 275 mil barriles de petróleo al día, que transforma, entre otros productos, en gasolinas y diésel. La de Salina Cruz tiene una capacidad de producción de 238 mil barriles diarios. A la fecha, hay seis refinerías activas en el país: la de Ciudad Madero (Tamaulipas), Salamanca (Guanajuato), Minatitlán (Veracruz), Tula (Hidalgo) y las dos últimas que se construyeron.
De acuerdo con algunos expertos, rehabilitar estas seis refinerías costaría cerca de 3 mil millones de dólares, lo que permitiría producir en cada complejo entre 700 y 900 mil barriles de combustible al día. Actualmente, las refinerías trabajan en un promedio de 35% de su capacidad. ¿Acaso no era mejor invertir la mitad y producir el doble? El problema es que ninguna de ellas está en Tabasco.
Erigido como el gran constructor, el gobierno será borracho y cantinero, será arquitecto y chalán, será quien pida y otorgue los permisos, será quien pague y reciba los impuestos y, por tanto, se abre la puerta a la discrecionalidad, la ineficacia y la corrupción.
De acuerdo a la ley, cuando se asigna una obra pública a una empresa privada, cuando se licita un proyecto de esta naturaleza, los contratos permiten establecer una serie de garantías para las partes, atendiendo los problemas que se puedan presentar durante su construcción y dando certeza jurídica en caso de que la obra no se cumpla en tiempo y forma. El proyecto de Dos Bocas sólo será sancionado a través de la voluntad personal del Presidente.
Sin embargo, hasta ahora nadie conoce el proyecto ejecutivo que iniciará su construcción en tres semanas; tampoco se conocen los estudios de impacto ambiental, a pesar de que desde hace algún tiempo se inició la destrucción del manglar que contenía a las aguas del Golfo de México; y tampoco se conocen a las empresas que habrán de auxiliar a Pemex y la Sener en su utopía.
Si la refinería de Dos Bocas se hubiera propuesto en cualquier gobierno del pasado reciente, los simpatizantes de la Tde4 hubieran hecho valer todos los argumentos aquí expuestos para justificar las movilizaciones sociales que hubieran impedido su construcción.
Culpar al pasado para justificar el presente no es más que la crónica del desastre que viene.
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