La semana pasada tuve la oportunidad de sostener encuentros con los excelentísimos embajadores de Estados Unidos en México, Christopher Landau, y de El Líbano, Sami Nmeir, en el marco de los grupos de amistad del Congreso con los diplomáticos y parlamentarios de esos países.
En el primer caso, planteé la necesidad -como ya lo había hecho en la reunión Interparlamentaria México-EU-, que la frontera entre nuestros países debe funcionar como una puerta de doble chapa, donde se frene la migración ilegal de un lado y el tráfico de armas por el otro. Así también, pedí al Embajador superar las "mutuas echadas de culpa" en la relación bilateral, ya que la amistad se construye con igualdad y respeto mutuo.
Con el Embajador Samio Nmeir comenté la importancia de la comunidad libanesa en México, por lo que la distancia geográfica entre nuestros países, sólo es equiparable a nuestros lazos de amistad. Hoy en día, más de 500 mil personas en México son de origen libanés y México es el cuarto país más grande que alberga una comunidad libanesa fuera de Líbano.
Con ambos países, Estados Unidos y El Líbano, tengo un estrecho vínculo personal. En la Unión Americana tuve la oportunidad de estudiar en las prestigiadas Universidades de Georgetown y George Washington, en la que fui presidente de la asociación de estudiantes extranjeros; y por muchos años he sido Presidente Honorario de la asociación de veracruzanos radicados en Los Ángeles.
Por otra parte, el origen de mi apellido y de mi familia comparten raíces con ese maravilloso país que es el Líbano. Por décadas, muchas familias que nacieron en lo que fue el territorio de Siria y el Líbano, transitaron por España para llegar a nuestro país, por eso es que la cultura árabe está tan arraigada en México. Llevamos en las venas sangre de muchas culturas. Un distinguido mexiquense, mi muy querido amigo y compañero del GPPRI, Ernesto Nemer -Presidente de este grupo de amistad- y yo somos un ejemplo de ello.
Hago estas referencias porque las relaciones internacionales siempre han sido una condición necesaria para el desarrollo de los pueblos. El intercambio cultural, económico y social ha enriquecido a nuestras sociedades y ha dado la oportunidad de encontrar soluciones comunes a los problemas globales. Ese es el origen y propósito de nuestra política exterior y del multilateralismo.
Sin embargo, a pesar de las exigencias de un mundo en transición, en México estamos viviendo un grave aislacionismo, producto de los complejos políticos de un gobierno que no entiende el papel de nuestro país en la sociedad internacional. Basta decir, que el Presidente nunca, ni en una sola ocasión, ha salido del país durante su mandato.
Con contadas excepciones, el gobierno de la 4T es profundamente ignorante de las relaciones internacionales, por ello no le interesa la política exterior. Son muchas las razones que impulsan al Presidente a establecer este renovado aislacionismo como la actual diplomacia de México.
Algunos lo atribuyen a la poca comprensión que él tiene del escenario internacional, unos más a su escasa preparación académica y la dificultad que le representa no hablar ningún otro idioma, y en general, a un trasnochado nacionalismo sobre lo que deben ser las relaciones internacionales contemporáneas. Producto de estos tres factores, cree que son mayores los beneficios de separarse de la comunidad global.
Hoy, ante las amenazas de una crisis económica global y la pandemia del Covid-19, estamos pagando las consecuencias. El aislacionismo también es una enfermedad.
Esta semana, el mercado bursátil y el peso frente al dólar tuvieron dos jornadas de pesadilla que nos han remontado más allá de la crisis mundial de 2009, aunque podríamos estar frente a algo mucho peor. La caída en los precios del petróleo, el Covid-19 y el colapso de los indicadores macroeconómicos –los que mantenían a flote a la economía nacional– no pudieron llegar en el peor momento.
En materia de salud, tampoco tenemos intercambios que faciliten el control de la epidemia; mientras China y los países de Asia empiezan a superar la emergencia, en México actuamos como su viviéramos en una isla. La irresponsabilidad del gobierno podría provocar que México se convierta -como hoy lo es Europa- en el nuevo epicentro del contagio mundial, lo que traería serias consecuencias al continente entero.
México ha dejado de tener interlocución con los gobiernos del mundo y ha reducido su política exterior a una vergonzosa sumisión al gobierno del Estados Unidos lo mismo en materia migratoria, comercial y ahora, para contener la pandemia global.
Para eso sirven los foros internacionales, aun cuando el Presidente asegure que no necesita salir al extranjero. El aislacionismo nunca ha sido una buena alternativa. Deben entender que el mundo no empieza en Macuspana y termina en Palacio Nacional.
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