Se han cumplido tres semanas de la jornada electoral en la que coaliciones de las que MORENA formaba parte ganaron las gubernaturas de Puebla y Baja California. Fueron las primeras elecciones durante el gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Como en cualquier sismo, han tenido que pasar algunos días para que la polvareda se levante y se haga una evaluación objetiva de los daños.
De manera superficial, quedó la impresión de que fue MORENA quien ganó ambas gubernaturas; sin embargo, si se observa el número de votos emitidos en cada elección, los obtenidos por MORENA no hubieran sido suficientes para ganar en Puebla y hubiera representado una contienda mucho más cerrada en Baja California. Fueron los votos de los partidos coaligados con él, los que hicieron la diferencia.
Eso es lo que dicen los resultados, sin embargo, el frío análisis de los números nos muestra que el daño más grave no está en la fachada sino en la estructura del edificio.
El aparente triunfo de MORENA obedece a dos elementos específicos: el alto grado de abstención -que permitió que la movilización de su estructura electoral fuera suficiente para disimular la escasa participación ciudadana y la caída en su preferencia electoral-, y las alianzas electorales, sin las cuáles no hubiera logrado el triunfo, algo impensable apenas seis meses después del inicio del gobierno del Presidente López Obrador.
En el caso de Puebla, por ejemplo, sin la alianza con el PT (164,883) y con el Partido Verde (129,452), los votos de MORENA (393,006) hubieran sido insuficientes para ganar la Gubernatura. Pero el asunto para el partido en el gobierno es aún más grave si lo comparamos con la elección del año pasado, donde participó con el mismo candidato.
La candidata del PAN/PRD, Martha Erika Alonso, ganó la gubernatura del estado con más de un millón 152 mil votos, mientras que Miguel Barbosa (MORENA) obtuvo poco más de un millón 27 mil votos. Menos de un año después, Barbosa repitió como candidato y ganó, sólo que ahora con apenas 687 mil votos -294 mil aportados por sus aliados-, es decir, casi medio millón de votos menos de los que obtuvo la gobernadora fallecida en un accidente aéreo.
Barbosa perdió casi 340 mil votos respecto al resultado alcanzado por él mismo, y aún así “ganó”, en una elección que tuvo una participación de apenas el 33 por ciento, cuando en 2018 fue del 66 por ciento. De resultar ciertas las acusaciones sobre compra de votos y acarreo de votantes, la participación habría sido mucho menor. Por sí solo no ganó antes y no hubiera ganado ahora.
En Baja California, los votos de la alianza -Partido Verde, el PT y el local Transformemos- fueron los que marcaron la diferencia para alcanzar la Gubernatura, gracias a que PAN, PRI y PRD decidieron contender de manera individual. Aún así, el abstencionismo alcanzó un récord histórico del 70 por ciento, es decir, siete de cada diez bajacalifornianos decidió no salir a votar.
En Durango hubo elección de Ayuntamientos. MORENA sólo obtuvo el triunfo en dos de ellos, mientras que la coalición PAN-PRD ganó 18 y el PRI se adjudicó 17. El descalabro de MORENA fue muy parecido en el estado de Tamaulipas, donde se eligieron 22 diputados locales de los cuales sólo ganó uno, el distrito de Matamoros.
La convocatoria que ha hecho el Presidente López Obrador para rendir un informe de gobierno el próximo 1 de julio en el Zócalo, no sólo contraviene la disposición constitucional de hacerlo frente el Congreso de la Unión, sino que revela su nostalgia incontrolable por el mitin y la campaña; y al mismo tiempo, confirma su profunda preocupación por una legitimidad que se desvanece a causa de malos gobiernos y pésimas decisiones.
La nueva ruta electoral de MORENA ya no será el carro completo. En todo caso, el Partido del Presidente ya comprobó que sin alianzas no hay paraíso.
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