Desde su campaña presidencial, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) cautivó a millones de compatriotas con su promesa de transformar México. Su enfoque en combatir la corrupción y mejorar la vida de los mexicanos menos afortunados resonó en un país cansado de la desigualdad y el estancamiento económico. Una de sus promesas más audaces que generó grandes expectativas fue la de reducir el precio de los combustibles, un tema sensible que afecta directamente el bolsillo de la población porque repercute en su nivel de vida, lo que le hizo conquistar más de 30 millones de sufragios el 1 de julio de 2018, y convertirse en el actual presidente.
La promesa de bajar los precios de la gasolina lo inscribía en un marco más amplio de soberanía energética. La idea era reducir la dependencia de las importaciones de combustibles y, a la vez, controlar los precios internos. Esto implicaba no solo una revisión de la política energética del país, sino también una apuesta por refinar más petróleo internamente y, posiblemente, revisar los impuestos específicos que gravan los combustibles. La tarea no era menor; implicaba desafiar tendencias globales, inversiones multimillonarias y, sobre todo, el tiempo necesario para ver los frutos de dichas políticas.
A más de cinco años y medio de su gestión, el gobierno de López Obrador, podemos afirmar, ha fracasado en este y otros muchos rubros a los que se comprometió de ganar la titularidad del Poder Ejecutivo. Hoy lunes los precios de la gasolina premium en la ciudad de México se encuentra en 25 pesos con 52 centavos el litro, el del diésel a 24.47 pesos, y el de la magna a 23.39, - superando más del 150 por ciento lo que era su promesa original de vender la primera a 10 pesos el litro-, debido a los fracasos por incrementar la capacidad de refinación durante su gobierno, y la corrupción que impera en el gabinete del sector energético, comenzando por la que fue su titular Rocío Nahle, a quien la acusan en diversos medios sus opositores, de no licitar infinidad de obras en PEMEX y en la construcción de la nueva refinería Olmeca (dos bocas), y entregárselas a contratistas allegados a su esposo a cambio de dádivas, con las consabidas consecuencias que ya conocemos de estar saliendo más cara que ninguna otra en todo el mundo, al pasar su costo de 8 mil millones de dólares, a ya casi alcanzar los 20 mil MDD.
La promesa de bajar los precios de la gasolina, podemos a distancia calificarla ahora como meramente electorera y mentirosa, porque don Andrés sabía que iba a contar con un respaldo popular mayoritario, y eso lo haría triunfar en su propósito de convertirse en presidente de México, pero que, al lograrlo, nunca la iba a cumplir, traicionándose el mismo y la doctrina que pregona de NO MENTIR, NO ROBAR Y NO TRAICIONAR, dado que mintió, y traicionó al pueblo que creyó en él.
Esta situación nos lleva a reflexionar sobre las promesas electorales y la gestión gubernamental. Debemos aprender a diferenciar entre las intenciones de los candidatos en épocas electorales, y la factibilidad de que éstas las lleven a cabo cuando ya están en el poder. Pero también debemos pugnar porque las mismas sean calificadas por los órganos electorales como delitos, y perseguir a los candidatos cuando no las cumplan, perdiendo, en primera instancia, el cargo que lograron en las urnas al utilizarlas como gancho para conseguir el voto, pero castigándolo con la pérdida de su libertad; de esa forma pensaran dos veces los y las candidatas el volver a mentirle al electorado en las campañas políticas.
El balance sobre el desempeño de López Obrador en este tema específico nos recuerda la importancia de plantear objetivos realistas y de comunicar abiertamente sobre los retos y los tiempos necesarios para lograr cambios significativos. Asimismo, destaca la necesidad de políticas energéticas que, más allá del costo inmediato de la gasolina, contemplen la transición hacia fuentes más limpias y sustentables, alineadas con compromisos ambientales y con una visión de futuro que garantice la sostenibilidad económica y ambiental de México.
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