La sociedad estadounidense jamás se imagino alguna vez, que sus instituciones, su estabilidad y democracia las pondrían en peligro desde dentro de su población, y menos que el daño, el quiebre, se fraguaría desde la mismísima sala oval de la Casa Blanca, sede del gobierno federal.
El daño a su forma de gobierno no vino de fuera, como aquel 11 de septiembre de 2001, sino de aquel que un sector del pueblo norteamericano lo llevo al poder hace 4 años, a sabiendas, muchos de ellos, que era un individuo autoritario, demagógico y delirante, como lo demostró desde el primer día que asumió la presidencia de ese país, aquel 20 de enero de 2016.
Así, el miércoles 6, las hordas instigadas por Donald Trump trataron de impedir la certificación del triunfo del candidato del partido demócrata Joe Biden por el senado y la cámara de representantes de los Estados Unidos, interrumpiendo, en principio, la sesión conjunta y, seguramente, para robarse los 538 votos del colegio electoral, buscando, como objetivo toral, impedir la sucesión presidencial a como de lugar y él, perpetuarse en el poder, cual vulgar dictador bananero.
Por eso el asalto al Capitolio, los daños al mismo, las 5 muertes, las armas y explosivos que llevaban y el jaque al sistema político considerado el mas estable del mundo, del que expresidentes, senadores y representantes estadounidenses presumían, exportaban y trataban de imponer en el planeta desde hace mas de un siglo.
Lo del pasado miércoles viene a ser un claro ejemplo a donde conducen los discursos de odio y división pronunciados por un líder y mas, si este es titular de uno de los poderes del Estado.
Por algo días antes el periódico The Washington Post publico una carta enérgica de los 10 exsecretarios de Defensa de los Estados Unidos vivos (con destinatario al ejercito estadounidense), donde afirmaban que “las elecciones presidenciales habían ya terminado con el triunfo de Joe Biden”, dado que Trump continuaba negando su derrota y alentaba la subversión, como al final se observó con la asonada del miércoles.
La insurrección ideada y comandada por Donald Trump para asaltar el capitolio (sede del Poder Legislativo norteamericano), por turbas violentas extremistas, afortunadamente no tuvo éxito, primordialmente por la posición
que adoptaron muchos legisladores republicanos >que hicieron campaña por Trump< deslindándose de la provocación e incitaciones del presidente hacia sus seguidores, que ya estaban en la calle Pennsylvania manifestándose violentamente, y respaldando el triunfo de su adversario político: Joe Biden.
La sociedad estadounidense esta completamente dividida, producto del malestar y descontento social, del que se aprovecho Donald Trump para empoderarse y quererse entronizar, por encima de lo que dicta la propia Constitución norteamericana. De allí que ante el fracaso trumpiano, la nomenclatura gringa quiera sentar un precedente buscando sacar antes del 20 de enero al presidente de la Casa Blanca, como mandando un mensaje a futuros ocupantes de no volver a intentar un autogolpe de estado.
Ojalá y la película que vivimos por varias horas el pasado miércoles desde Washington, no la vivamos en México por el paralelismo asimétrico que se tiene entre los titulares del Poder Ejecutivo de ambos países, donde inclusive, el de acá, no ha dudado en solidarizarse en acción y omisión con el de allá, a grado tal, que da entender que no asistirá a la toma de protesta como presidente de Los Estados Unidos el 20 de enero de Joe Biden.
Ya nos ocuparemos de esas asimetrías en próximas columnas. |
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