La edad, las enfermedades, los problemas del país, su visión para enfrentarlos y el equipo que decidió para hacerlo, así como su familia, fueron minando el estado de animo del presidente López Obrador.
Debió haber sido presidente en 2006, en plenitud física y mental. Estoy convencido que era otro aquel Andrés Manuel que éste de 2018, y que desde mi óptica empezó a dar bandazos desde 2013, al termino de la campaña presidencial de 2012.
El fraude orquestado por la mafia del poder (hoy son sus consejeros y varios, miembros de su gabinete), evitó que lo fuera, y consumara de esa forma un gobierno distinto, gigantescamente distinto al que hoy ejecuta, donde la pandemia, el derrumbe de la economía, el caótico sistema de salud, el mal trato a los micro, pequeños y medianos empresarios, el solapamiento a la corrupción, los altos índices de asesinatos, secuestros, extorsiones y otros muchos factores, fueron minando la credibilidad que depositaron en el mas de 30 millones de mexicanos, y su confianza en el mismo para sacar al >México de la barranca<.
Pero lo peor, lo que nunca pensó y creyó fue que el daño mayor, el golpe demoledor a su cuarta transformación y su gobierno vendría de la propia familia, porque vino arrear la bandera que lo llevo a gobernar la ciudad de México, que lo hizo triunfar en 2006 la presidencia de la república, y con mayor holgura en 2018, y esa bandera era el discurso del >somos diferentes< a los corruptos, a los fifís, a los que viven y muestran con desfachatez sus fortunas mal habidas, y su promesa de proceder contra esa corrupción y contra todos los corruptos y corruptores.
Soporto todo y así lo mostraban las encuestas de popularidad, pero lo de Pio, lo del otro hermano, lo de la prima, lo empezaron a debilitar y debilitar. Ya no se veía en las letanías de las misas mañaneras tan seguro como los primeros dos años, venía a menos su alegría y seguridad, y a mas sus arranques de cólera.
Empezó a desfigurarse en las mismas atacando, golpeando, acusando, dividiendo, exigiendo “o están conmigo o contra mi, defínanse, no quiero medias tintas”.
¡Y pum!, viene lo de José Ramón, su hijo. Trato de moverse de esas tierras pantanosas, pero entre mas trataba de hacerlo mas se hundía y el cuerpo humano es así, porque no es nuestro, nosotros somos de él y como tal ya no aguanto mas y empezó a mandar señales de alarma, de que los órganos empezaban a involucionar. Fue la herida que mas mermo, que laceró el ánimo del presidente, que empezó lanzando algunas frases de advertencia “Me puedo caer, pero me voy a levantar”, y a las pocos días el epitafio, al observar que era imposible resarcir el daño causado por el hijo: “Nada mas que ya no voy a ejercer el noble oficio de la política, porque cuando yo termine me retiro, me jubilo y ya no vuelvo a participar en nada que tenga que ver con la vida pública, ni conferencias, ni visitas a ningún estado, ni fuera del país, y ningún cargo, nada, ni siquiera honorífico. Pero si, YA NO PUEDO MAS, CIERRO MI CICLO Y ME RETIRO”.
Y con ese epitafio se empieza a escribir una nueva historia no solo del hombre que hizo soñar a millones de compatriotas con un México diferente y no logro conseguirlo, sino también de su partido MORENA, que termino siendo bisnieto del PNR, con el que se encumbraron priístas, panistas, perredistas y verdes de mala rancia en altas esferas del poder publico.
Andrés Manuel con anticipación esta sentenciando al instrumento político que fabrico, para hacerse del mayor poder político en México, en la orfandad, a unos cuantos años de su balcanización, sino que, de su propia desaparición, porque los dogmáticos, los duros de ese partido, no dudarán mucho en formar uno nuevo, alejados de todos los arribistas que vieron en MORENA la vía para seguir sirviéndose de la política.
Sobrevivirán las elecciones de 2022 y las de 2023, pero las presidenciales de 2024 serán, muy posiblemente, su Waterloo.
Es cuestión solo de tener paciencia. |
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