Fueron días difíciles, semanas tensas, minutos asfixiantes porque había horas en que el aire se acababa, y por mas esfuerzos que hacía uno para respirarlo éste faltaba. Y mientras, adentro, en esos pasillos donde unos corren, otros organizan, las enfermeras cumplen instrucciones, los médicos recetan y los respiradores hacen su trabajo de mantener vivo al paciente, ella luchaba, y así fue desde el primer día que llego, y al otro, y al otro y al otro, haciéndose semanas en que algunas horas, las noticias alentaban, hacían pensar que se levantaría y duraría no los 93 que tenía doña Luz María Hernández Aburto, sino 8, 10 o 15 años mas; pero luego, al siguiente día, el diagnóstico desgarraba el alma al saber que había empeorado.
Fue larga la agonía, no tanto para ella porque al estar sedada no la sentía, pero si para sus hij@s, para sus nietos, para su familia, para todas y todos que la conocieron y convivieron con ella. Todos la sufrieron a su modo en tan aciagos días hasta que llego la fatal noticia, y entonces, vino la tristeza, la amargura, la pesadez, el derrumbe, el efecto en el cuerpo humano que de no ser por la medicina recetada previamente por el cardiólogo, quizás la habría uno acompañado en el viaje, aunque quien sabe, porque ella, por su creencia religiosa y acciones realizadas, bien sabía que tenía su lugar apartado al lado de su dios, con el que todos los días platicaba, a cualquier hora, de día y de noche.
Muchas gracias Alicia que tan pronto supo de su hospitalización se apersono para siempre tener el diagnóstico preciso, doliera o aliviara; al doctor Cirilo Cerdán Garrido por sus cuidados y recomendaciones para con ella; a la enfermera Lizbeth Cerón y todo el personal de salud del módulo covid por estar siempre al pendiente, al maestro José Eduardo Córdoba Ochoa, del sindicato, porque todos los días, sin importar que fuera sábado o domingo preguntaba, indagaba sobre su salud y solicitaba fuera bien atendida, cumpliendo las instrucciones del maestro Darío, a quien también agradezco el informe diario los siete días de cada semana.
Gracias mil al doctor David Jiménez Zepeda, que sin sus pastillas mágicas y llamada de atención, hubiera sucumbido; gracias a Héctor y Faby por su prestancia, atención y desprendimiento; a toda la familia López Cerón por sus eternos rezos para que se recuperara mi madre. Gracias a Miguel Andrade Huerta y Héctor Ramírez Cuellar, que a pesar de estar en trincheras diferentes
siempre estuvo atento y preocupado; gracias Armando Adriano; gracias Ramón >eterno camarada<, gracias Ivonne Trujillo Ortiz por tu solidaridad, gracias Ernesto Ruíz Flandes por las atenciones para su traslado inmediato, gracias Miguel Ángel Díaz Pedroza; gracias Efrén Méndez Olarte por los ofrecimientos; gracias a la economista Ana Lydia, gracias Claudia Cortes Arroyo por las palabras escritas de aliento y esperanza, gracias al escritor Fernando de la Luz Bello Morín por tan bello mensaje;, gracias amigo Paquito Martínez, Gracias Sergio Quinto; gracias Víctor Ojeda Galindo, gracias Miguel Ángel Méndez Dorado, gracias maestra Malena Figueroa; gracias maestro Juan Carlos, gracias Uriel Andrade Bello, gracias abogado Rafael Velasco, gracias Psicóloga Esther Bello Martínez, gracias Oscar Aburto, gracias abogado Guillermo Guevara Sarabia, gracias Jorge Mirón Leal; gracias abogada Idalia Córdoba, gracias maestro Ciro Sayago; gracias Lázaro Martínez, gracias al economista Valdemar Méndez por siempre preguntar, gracias maestro Julio Utrera, gracias María Eugenia Baltazar, gracias Ignacio Olivares Juárez, gracias Ricardo (vikingo), gracias ingeniero Eymar David Peña, gracias Cesar Cucurachi, gracias Jean Karlo y familia, porque con sus mensajes, llamadas y aliento nos hicieron soportar el dolor y nos inyectaron fuerza para levantarnos y continuar, porque la vida sigue y mientras respiremos, habrá que enfrentarla con madures, coraje y experiencia.
Esta tragedia me hizo ver que tengo demasiados amigos, pero me hizo reflexionar también que venimos a este mundo a perderlo todo, que mientras mas vivimos mas perdemos: he perdido ya a mis padres, desde hace tiempo he empezado a perder amigos muy queridos; hoy empiezo a perder algunas facultades físicas y mas temprano que tarde serán mentales. Creo que ha llegado el momento de soltar cosas, porque me percato de lo poco que requiero para vivir.
La noche se hizo el 3 de diciembre al medio día, mas temprano que de costumbre, pero me di cuenta que amaneció, como siempre, al siguiente día, y que el mejor tributo para ella es hacerle caso a lo que siempre hizo toda su vida: levantarse y ponerse a trabajar, sin importar la edad o los padecimientos, siempre a trabajar, hacer algo que nos hiciera sentir vivos y aguantar el dolor y la tristeza, porque que éstos solo el tiempo los cura, solo el tiempo los sana. |
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