Aunque ha registrado avances en términos formales y normativos, de manera paralela a los alcanzados a nivel nacional, el proceso democrático de Veracruz durante los últimos 34 años no ha sido lineal y la calidad de nuestra democracia dista mucho de estar a la altura de las expectativas de los veracruzanos.
Cada cual con su estilo personal de hacer política, ocho gobernadores han desfilado desde 1986 por el Palacio de Gobierno de Xalapa y cada uno ha ejercido, con mayor o menor eficacia, los instrumentos jurídicos, financieros, políticos y aministrativos a su alcance para mover la maquinaria del gobierno y tratar de responder a las demandas concretas de la población durante el periodo constitucional que les tocó gobernar.
Don Fernando Gutiérrez Barrios fue gobernador de Veracruz en plena efervescencia por la transformación democrática del sistema político mexicano, en tiempos en que a nivel nacional personajes como Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo y Heberto Castillo, encabezaron el Frente Democrático Nacional, que a la postre derivó en el Partido de la Revolución Democrática, PRD, de infausto destino.
Con décadas de experiencia en el manejo de la información política del país y una visión forjada en el respeto a las formas, usos y costumbres del régimen presidencialista y de Partido de Estado, a Gutiérrez Barrios le bastaron dos años, del 1 de diciembre de 1986 al 30 de noviembre de 1988, para mostrar su amplio conocimiento de la política, y su agudeza para captar y responder a las demandas sociales.
Un ejemplo claro fue su respuesta a la protesta social por la construccion de la Planta Nuclear de Laguna Verde, ante la cual ordenó construir la carretera Xalapa-Alto Lucero, una demanda de décadas de los pobladores, lo que no solo desactivó el conflicto, sino que en agradecimiento le pusieron su nombre a este municipio.
Dante Delgado Rannauro asumió el cargo el 1 de diciembre de 1988 y gobernó a tambor batiente, como le dijo el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari, hasta el 30 de noviembre de 1992, y aunque no contaba con la experiencia ni el conocimiento políticos de su antecesor, fue un operador nato, que supo aprovechar e impulsar la estrategia salinista del Programa Solidaridad, para canalizar recursos hacia la obra pública en los municipios y construir obras importantes como el Palacio Legislativo de Xalapa y el Acuario de Veracruz.
Con Patricio Chirinos Calero, quien llegó al Palacio de Gobierno de Xalapa con todo el apoyo del presidente Salinas, el 1 de diciembre de 1992, se registró lo que podría llamarse una primera ruptura de la clase política veracruzana, que había apostado por la candidatura del senador Miguel Alemán Velasco. Sin embargo, el presidencialismo se impuso y Chirinos fue gobernador, con Miguel Ángel Yunes Linares como secretario de Gobierno, en tanto a la corriente gutierrezbarrista y alemanista, con fuerte presencia en Veracruz, le tocó arriar las velas y disciplinarse.
Patricio Chirinos fue un gobernador cercano al Presidente, pero distante de los veracruzanos, por lo que quien manejó al estado como operador político fue el secretario de Gobierno; sin embargo, a la mitad del sexenio, la posición política del gobernador se debilitó cuando Salinas se enfrentó a su sucesor, Ernesto Zedillo, y se exilió del país. En ese contexto se registró el encarcelamiento del antecesor de Chirinos, Dante Delgado.
Tras cuatro años en el cargo, en el proceso de renovación de los ayuntamientos de 1997, Yunes renunció a la Secretaría de Gobierno para encabezar la dirigencia estatal del PRI, con la intención de posicionarse y buscar la candidatura al gobierno del estado un año después. No obstante sufrió la peor derrota obtenida hasta entonces por el partido en el poder, al perder 107 de los 210 municipios, entre ellos, las ciudades más importantes, como la capital del estado.
Ese mismo año el PRI perdió a nivel nacional la mayoría de la Cámara de Diputados y la Jefatura de Gobierno del DF ante Cuauhtémoc Cárdenas, por lo que en ese contexto de mayor competencia electoral, la figura del ex senador Miguel Alemán Velasco se reposicionó como la mejor opción para el partido en el poder para contender por la gubernatura de Veracruz en 1998, la cual ganó y asumió el 1 de diciembre de ese año.
Alemán generó grandes expectativas entre los veracruzanos, pues además de su fuerte arraigo familiar – siendo hijo del ex gobernador y ex presidente de la República, Miguel Alemán Valdéz y nieto del general revolucionario Miguel Alemán González -, su formación empresarial y de hombre de medios de comunicación con fuerte presencia internacional, le permitieron llevar a cabo la reforma integral de la Constitución Política del Estado, mejorar notablemente la relación del gobierno con los medios – que con Chirinos y Yunes se había fracturado -, e incluso encartarse entre los presidenciables priistas en el proceso electoral del 2000, cuando Zedillo –un tecnócrata que estableció la sana distancia con el PRI - se inclinó por la candidatura de su secretario de Gobernación, el sinaloense Francisco Labastida Ochoa, y el PRI perdió por primera vez en la historia la presidencia de la república ante el panista Vicente Fox.
En el marco de esta primera alternancia en el gobierno federal, en la sucesión estatal de 2004, cuando ya no había un presidente de la república priista que dijera la última palabra con relación a quién sería el candidato a la gubernatura de Veracruz, el gobernador Alemán supo pactar con el Grupo Legislativo del PRI en la Cámara de Senadores y con la propia dirigencia nacional la candidatura del senador Fidel Herrera Beltrán, aunque a nivel local se había posicionado el nombre del entonces secretario de Gobierno, Flavino Ríos Alvarado.
Al final el candidato fue Fidel Herrera, quien llegó a la gubernatura del estado luego de un proceso electoral impugnado por el candidato del PAN, Gerardo Buganza Salmerón, ante el escaso margen de diferencia en los resultados electorales. Sin embargo, formado en la carrera parlamentaria luego de ser 4 veces diputado federal y una vez senador, Fidel echó mano de los instrumentos políticos para buscar consensos y alcanzar acuerdos con la oposición, con lo que logró impulsar el Acuerdo para la Gobernabilidad y el Desarrollo de 2005 y posicionarse como un gobernador cercano a la gente.
Herrera Beltrán fue un gobernador hiperativo, incansable, conocedor de los resortes del sistema político,que supo aprovechar en tiempos de la alternancia, lo que le permitió mantener hacia afuera una buena relación con los gobiernos panistas de Vicente Fox y Felipe Calderón, y hacia adentro, un férreo control político con el que a la postre logró poner como candidato a sucederlo en 2010 al entonces diputado federal y ex subsecretario de Finanzas, Javier Duarte de Ochoa, desplazando a otros políticos de su generación o al menos mayores que su Delfín. Habría que subrayar que hasta entonces ningún gobernador de Veracruz había tenido la fuerza ni las circunstancias políticas a su favor para imponer a su sucesor, por lo menos en las últimas décadas.
La historia del sexenio de Javier Duarte, de 2010 a 2016 es por todos conocida. Colocado al inicio de su gestión como ejemplo de una nueva generación de priistas – junto con Roberto Borge, de Quintana Roo, y César Duarte, de Chihuahua - que había logrado recuperar la Presidencia de la República en el 2012 con el ex gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, a la cabeza, el ascenso y caída de Duarte fueron similares a las de sus homólogos y del propio PRI, pues sustentaron su forma de hacer política en los acuerdos cupulares y en la negociación con las élites del PAN y el PRD, pero descuidaron su base social y sobre todo, dieron rienda suelta a los usos y costumbres en el manejo discrecional del presupuesto público, con una visión patrimonialista del ejercicio del poder.
Este fue el caldo de cultivo en el que Miguel Ángel Yunes Linares logró posicionarse en 2016 como una alternativa a la corrupción y al desastre social, económico y de seguridad al que el cordobés había llevado a Veracruz en menos de seis años de gobierno. Tanto, que Duarte fue obligado a solicitar licencia y su secretario de Gobierno, Flavino Ríos Alvarado, concluyó su periodo, del 12 de octubre al 30 de noviembre de 2016. Yunes Linares ganó la elección y asumió la gubernatura el 1 de diciembre de ese año con indiscutible legitimidad, al imponerse no solo a sus adversarios en las urnas, sino a un régimen denunciado y perseguido por la corrupción, pero ejerció el poder con la misma arrogancia con que co-gobernó como secretario de Gobierno veinte años antes, e igual que en aquella ocasión, combatió de manera frontal no solo a la pandilla de corruptos como llamó al gobierno de su antecesor, sino también a la oposición, en este caso al PRI y Morena y, una vez más, se confrontó con los medios de comunicación. Así las cosas, el gobernador sumó adversarios que sin duda le cobraron la factura en las urnas cuando dos años después pretendió heredar el poder a su primogénito.
Fue en este contexto en que Cuitláhuac García Jiménez ganó las elecciones para la gubernatura del estado en julio de 2018, con la fuerza del movimiento de Andrés Manuel López Obrador, y el apoyo de los adversarios de Yunes que no vieron como una opción permitir que ese régimen continuara 6 años más en el Palacio de Gobierno de Xalapa. De hecho, de no haber sido elecciones concurrentes, el entonces gobernador seguramente hubiese logrado imponer a su hijo en la gubernatura, pues éste obtuvo 1 millón 453 mil votos, más de los que alcanzó cualquier otro candidato ganador en comicios anteriores.
El problema es que una vez en el poder, Cuitláhuac García ha gobernado como si su fuerza y experiencia politica personales, o el solo respaldo del presidente y su partido, le bastaran para dirigir un estado de 8.5 millones de habitantes, con el 61 por ciento en la pobreza y el 17.7 de estos en pobreza extrema, y con un grave problema estructural de inseguridad pública. Sin embargo, la historia reciente de Veracruz pareciera demostrar que cualquier proyecto de gobierno estatal que pretenda ser exitoso, no solo debe contar con el respaldo, sino también con la participación de los veracruzanos; tener la capacidad de crear sinergias y alianzas que movilicen a los diversos sectores sociales y productivos, y tender puentes de comunicación con una visión inclusiva, no encerrarse en el monólogo de quien solo dialoga consigo mismo y que, por ese camino, solo puede durar, a lo sumo, lo que un periodo constitucional, mientras en las calles, Veracruz se debate entre la inseguidad y la entropía social, y en el pueblo se gesta el siguiente manotazo en las urnas, único modo democrático y legítimo de corregir desviaciones o insuficiencias en este proceso inacabado de transición política.
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