Decía el politólogo mexicano José Fernández Santillán en una conferencia en Xalapa, hace una década, que buena parte de la estabilidad política del México posrevolucionario, a partir del gobierno del general Lázaro Cárdenas, se explica en el movimiento de las élites políticas que configuró una especie de péndulo histórico que oscilaba entre la izquierda y la derecha. Así, según la tesis del traductor del filósofo y político italiano, Norberto Bobbio, en el país se sucedieron durante décadas gobiernos orientados hacia la izquierda, como el del propio Cárdenas, Adolfo López Mateos o Luis Echeverría, alternados con regímenes de corte conservador, de centro-derecha como los de Manuel Ávila Camacho, Miguel Alemán o Gustavo Díaz Ordaz (la ultra derecha adherida entonces a la corriente sinarquista derivó en la formación del Partido Acción Nacional, PAN). Sin embargo, Fernández Santillán sostiene que el movimiento oscilatorio de ese péndulo se detuvo a partir de la instauración de las políticas neoliberales en la década de los ochenta – el adelgazamiento del estado, la privatización de empresas públicas, el desmantelamiento de los derechos sociales para dejarlos al libre juego de las fuerzas del mercado - y desde entonces el país ha sido gobernado por regímenes orientados a la derecha, sucediéndose de manera ininterrumpida Miguel de la Madrid, Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, con la consecuente tensión económica, social y política, que este proceso de pauperización ha generado en grandes segmentos de la población del país. En términos llanos, esto explicaría el hartazgo ciudadano y el llamado voto de castigo o antisistema que en el actual proceso electoral se ha volcado hacia la figura del candidato de la coalición Juntos Haremos Historia, Andrés Manuel López Obrador, simple y sencillamente porque grandes segmentos de la población no perciben otro proyecto en el escenario político que represente una alternativa real frente al estado neoliberal que durante décadas ha privatizado ganancias y socializado las pérdidas. El país vive, en este sentido, días trascendentales, porque existe la certeza que lo que se define es el proyecto y rumbo para los próximos años, que impactarán en el futuro inmediato y en el de nuestros hijos. Deseos o simpatías personales aparte, queda claro que lo que está en juego en esta elección es la defensa de los derechos sociales de la población para no postergar más la atención de los grandes pasivos del país como la desigualdad y la pobreza extremas. Los partidarios del statu quo apuestan por el ruido político, las cortinas de humo y la guerra de lodo, aunque todo parece indicar que el 1 de julio una marea silenciosa, mayoritaria en términos aritméticos y estadísticos, se decantará por una nueva alternancia que dará movilidad al péndulo histórico en el país, y lo mismo ocurrirá en Veracruz, donde no hubo cambio en 2016, sino solo la sustitución de una camarilla por otra con las mismas prácticas, como la entrega de contratos millonarios a personajes vinculados al poder estatal, el uso del aparato del estado para tratar de forzar la continuidad política, la manipulación de la justicia y el desvío de recursos con fines electorales. El próximo domingo la marea silenciosa pondrá a cada cual en el lugar que le corresponde de la historia. |
|