Para que la Cuarta Transformación de México emprendida por el presidente electo Andrés Manuel López Obrador, no se quede – como augura el subcomandante Marcos haciendo gala de su sarcasmo – en la Cuarta Transformación del PRI, se requerirá algo más que el saneamiento de las instituciones políticas y de la acción de un gobierno que actúe con apego a la ley, basado en principios y valores éticos. El pueblo ya dio el primer paso. Cansado de los abusos, de los excesos y de la arrogancia de la llamada clase política gobernante, el 1 de julio le dio una lección al PRI y al PAN, y los mandó literalmente a la banca, para abrirle paso a una tercera opción, la de Morena y López Obrador, y al cambio político que representan, con la expectativa de que el proyecto implique una visión distinta de gobernar, en la forma y en el fondo. La derrota en las urnas de los dos partidos más longevos del país no solo fue política, sino moral, pues el pueblo rechazó una forma de gobernar fundada en la corrupción y en los privilegios de unos cuantos, a costa y por encima de los derechos de todos. En ese sentido, la nueva alternancia no debería verse como un cheque en blanco, pues a lo largo de los próximos 6 años la clase política que tomará el poder a partir del 1 de diciembre no solo tendrá que probar su eficacia y legitimarse en el ejercicio de gobierno, sino hacer que el cambio prometido no naufrague en el gatopardismo o en la mera sustitución de un equipo de gobierno por otro, o en el cambio de un discurso político, sin sustento en los hechos y en la transformación de la realidad del país. El proceso de transición en México, el cambio político y de gobierno que implica el saneamiento de las instituciones políticas, necesariamente deberá ir acompañado de un cambio cultural, de un cambio en las mentalidades, para que los nuevos valores de la república, como la honestidad, la austeridad, la legalidad, la responsabilidad, la solidaridad, el respeto y la vigencia de los derechos humanos y de las libertades de todos, trasciendan la esfera gubernamental y se vean reflejados y respaldados en la realidad social. Hay mucho por hacer en ese camino que la filósofa Hannah Arendt propone y define como republicanismo cívico, una forma de vivir y de sentir la república como algo propio porque es el espacio donde los derechos - tuyos, míos, de ellos, nuestros -, son posibles; de involucrarse para compartir y recuperar el espacio público del que se habían apropiado intereses privados, la casa grande donde queremos que vivan y se desarrollen nuestros hijos en un marco de respeto a la ley y a las libertades. Para lograrlo hay que arreglar la casa de la mejor manera, construirla con los materiales más sólidos, es decir, con aquellos que la tradición republicana, liberal y democrática define como virtudes cívicas, muy distintas a los valores depredadores del individualismo neoliberal que solo ve por sí mismo y sus intereses y que, en el fondo, fueron el útero donde se gestó la derrota moral del régimen del PRI y PAN. Ese debe ser el cambio cultural que viene. |
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