Murió en 2015, era un hombre de letras, de prosa y de poesía, inmortal porque muere, pero deja el legado en sus libros. Poco antes de ello, escribió uno llamado “Mujeres”, de la editorial Siglo Veintiuno, con 238 paginas, leídas de pe a pa, sin brincar ningún personaje. Lo dedicó a las mujeres y vienen desde las muy encumbradas y aguerridas, hasta las anónimas. Personajes como Juana de Arco, Rigoberta Menchu, Frida Kahlo, Marilyn Monroe, Rita Hayworth, Marie Curie y muchas más. Cada personaje es una historia de lección. Un lamento de su vida. Eduardo Galeano (Montevideo, Uruguay, 3 de septiembre de 1940), era un escritor que visitaba constantemente la Universidad Veracruzana (UV) de Xalapa, quienes le conocieron, lloraron su partida. Se le extrañará, como a muchos otros que escriben y nos llevan a mundos y senderos diferentes. Aquí unos relatos de ello:
SCHEREZADE
“Por vengarse de una, que lo había traicionado, el rey degollaba a todas. En el crepúsculo se casaba y al amanecer enviudaba. Una tras otra, las vírgenes perdían la virginidad y la cabeza. Sherezade fue la única que sobrevivió a la primera noche, y después siguió cambiado un cuento por cada nuevo día de vida.
Esas historias, por ella escuchadas, leídas o imaginadas, la salvaban de la decapitación. Las decía en voz baja, en la penumbra del dormitorio, sin más luz que la luna. Diciéndolas sentía placer, y lo daba, pero tenía mucho cuidado. A veces, en pleno relato, sentía que el rey le estaba estudiando el pescuezo. Si el rey se aburría, estaba perdida. Del miedo a morir nació la maestría de narrar”.
LA MULATA DE CORDOBA
“La llamaban la Mulata de Córdoba, no se sabe por qué. Mulata era, pero había nacido en el puerto de Veracruz, y allí vivía desde siempre. Se decía que era hechicera. Allá por el año 1600 y pico, el toque de sus manos curaba a los enfermos y enloquecía a los sanos.
Sospechando que el Demonio la habitaba, la Santa Inquisición la encerró en la fortaleza de la isla de San Juan de Ulúa. En su celda, ella encontró un carbón, que algún antiguo fuego había dejado allí. Con ese carbón se puso a garabatear la pared; y su mano dibujó, sin querer queriendo, un barco. Y el barco se desprendió de la pared y a la mar abierta se llevó a la prisionera”.
FRIDA
“1929. Ciudad de México”
Tina Modotti no está sola frente a sus inquisidores. La acompañan, de un brazo y del otro, sus camaradas Diego Rivera y Frida Kahlo: el inmenso buda pintor y su pequeña Frida, pintora también, la mejor amiga de Tina, que parece una misteriosa princesa de Oriente pero dice más palabrotas y bebe más tequila que un mariachi de Jalisco. Frida ríe a carcajadas y pinta espléndidas telas al óleo desde el día en que fue condenada al dolor incesante. El primer dolor ocurrió allá lejos, en la infancia, cuando sus padres la disfrazaron de ángel y ella quiso volar con alas de paja; pero el dolor de nunca acabar llegó por un accidente en la calle, cuando un fierro de tranvía se le clavó en el cuerpo de lado a lado, como una lanza, y le trituró los huesos. Desde entonces ella es un dolor que sobrevive. La han operado, en vano, muchas veces; y en la cama del hospital empezó a pintar sus autorretratos, que son desesperados homenajes a la vida que le queda”.
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