Para llegar a Madrid, chulona mía, solo se necesita tomar un vuelo en CDMX y volar directo en Aeroméxico. Eso hice en casi un viaje de una manda de solo 7 días y dos de vuelo, que la distancia en línea recta nos lo da de 9 mil kilómetros, pero que los aviones toman las curvaturas, según las normas de aviación mundial. Porque uno piensa que es mejor volar en línea directa, por ejemplo de Veracruz al primer punto de España, que podría ser hasta la Cantabria, pero no es así. Volar de Veracruz a México es poco tiempo. Tarda uno más en subir y ver de paso el Pico de Orizaba, que en llegar y esperar turno para que le den pista al avión, porque las pistas, cuando Ya Saben Quién se negó a hacer el nuevo aeropuerto con el gran Norman Foster, se volvieron del Tercer Mundo y allá andamos. Sin remedio ni solución. Hay ocasiones en que hay que esperar una hora para que te den gusano donde bajar y otras es que el deterioro del pavimento ya se siente cuando el avión carretea. Pero ya se va este hombre y ojalá una de las dos mujeres retomen la modernidad que nos hace falta. En Veracruz el clima comenzaba a calentarse, despegamos en el Embraer brasileño chico y llegamos rápido. El problema surgió cuando se abordó el de Madrid, un avión grande Dreamliner con unos 187 pasajeros. Iba lleno. Madrid, como Orizaba, es una Fiesta. Todos quieren ir a Madrid y a Orizaba, lo que pasa es que Madrid queda un poco lejos. Siempre da miedo el volar. Un tentempié en el aeropuerto cercano a la sala 52 que nos tocaba, coordinando los tiempos y matando el hambre, cara la comida porque así son los aeropuertos, pero rica una arrachera. Viajo con el piloto Fer. Es ahora mi compañero y cuida al abuelo, allá habrá más familia esperando unos días, voy rápido porque tengo que venir a votar por Pepe Yunes y Miguel y los que me gustan para ganar. Es Zacatecas o Veracruz la opción, gritan propios y extraños, tirios y troyanos. Llaman a abordar. Subimos. Pero a la hora de que el avión está lleno y le cargan su gas avión, el piloto dice que aguardemos, que tiene nuevas órdenes de la torre de control, las horas pico los hace que demoren los despegues, eso con el nuevo aeropuerto jamás ocurriría, luego el tráfico intenso en el valle de México hace peligroso el trabajo de los controladores, que tienen que estar a mil por hora de atentos, ellos viven en la intensidad de los nervios. Alguna vez vi una película de este tipo y era cierto, viven estresadísimos. El piloto, después de tenernos otros 20 minutos con un calor del carajo, porque no puede encender ni el avión ni el aire acondicionado, nos dice que por fin le dan permiso para despegar y se va carreteando hasta la otra pista, aseguraba que el aire había cambiado y ahora había que salir por la parte norte, los aviones despegan contra el viento, nunca con el aire a favor, además, decía, hay una tormenta cercana a la ciudad y daremos la bordeada. Carreteo como si lo hubiera hecho de La Tinaja a Tierra Blanca y entonces despegó y a su vuelo le llamó libertad. A los pocos minutos, antes de los famosos 10 mil pies, cuando ya te puedes parar del asiento, comenzó una turbulencia fuerte, una jovencita que iba con el novio a dos asientos, gritaba espantada, desaforada, como si hubiera visto al yerno de Rocío Nahle con el billete en la mano. Más nervioso nos ponía. He leído mucho de aviones y siempre hay que respetarlos, más ahora que hace unos días hubo un accidente y algunas personas en una turbulencia salieron lesionadas y el piloto tuvo que aterrizar de emergencia. Expertos dijeron que es el daño al Cambio Climático, que no solo se le hace abajo, que también arriba. Para no hacérselas muy cansada, después de apretar aquellito el avión entro en relax y en paz, se quitó lo nublado y brilló el sol y termino la turbulencia. Me acordé entonces de Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa y hasta Carlos Fuentes, que les daba pánico volar y García Márquez escribió una joya maestra llamada El miedo a volar, pero esa es otra historia que un día les cuento. Llego a Madrid y mañana habrá otro relato.
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