Yo mero aprendí de mi padre, enseñanzas buenas. Siempre le vi trabajar con esfuerzo y dedicación y honradez. Dos trabajos, por la mañana iba a su labor en oficinas de Ferrocarriles y por las tardes a operar la gerencia de la estación de radio local, aquella que tiene más de 60 años y aún sigue vigente con tres generaciones de familia. Allí aprendí lo que era la cabina, la locución, el hablar y programar, una escuela única donde el tiempo te ubica en esa dimensión. Siempre puntual a sus compromisos, o la comida o lo que se apareciera. Su pasión eran los autos, cada año estrenaba uno nuevo, como si fuera una manda. Los lucía en el pueblo. Vivió feliz al lado de mi madre, Gloria, una enfermedad temprana de un infarto lo fue minando, le llegó el segundo y ya no aguantó el tercero. Vivía ya en Veracruz, retirado y gozando de ese mar jarocho. Allí lo alcanzó la muerte a corta edad, porque 68 años es corta, según los tiempos de vivencias ahora. Pude despedirme de él, porque una noche antes hablamos. Seguido nos comunicábamos. Partió sin dolor, de repente se le apagó la luz y se fue a descansar. Desde aquel año le recordamos, al igual que a mi madre. Apenas rememoraba aquellos años de los ochentas, cuando nos fuimos a ver el abierto de tenis de Nueva York. Los cuatro: madre, padre, hijo y el nieto Juan Carlos. Al lado de mi madre, descansan en el panteón de Veracruz. Hoy es el Día del Padre y esta memoria es para él, Enrique Haaz Pavón, un ejemplo de vida para nosotros.
EL PADRE
Vera faltó a la escuela. Se quedó todo el día encerrada en casa. Al anochecer, escribió una carta a su padre. El padre de Vera estaba muy enfermo, en el hospital. Ella escribió:
—Te digo que te quieras, que te cuides, que te protejas, que te mimes, que te sientas, que te ames, que te disfrutes. Te digo que te quiero, te cuido, te protejo, te mimo, te siento, te amo, te disfruto.
Héctor Carnevale duró unos días más. Después, con la carta de su hija bajo la almohada, se fue en el sueño.
(Eduardo Galeano)
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