Cada que puedo y ando por Nueva York, es visita obligada al cementerio donde las Torres Gemelas colapsaron. Donde hubo un antes y un después, donde la aviación y los sistemas de seguridad cambiaron para siempre, porque esos locochones talibanes fundamentalistas, no solo degollaron tripulación y pilotos y pasajeros, se hicieron de las naves para estrellarlas y le crearon al mundo luto y muchas molestias para abordar un vuelo. Ahora te revisan hasta los chones: aro magnético, rayos X, quitarse zapatos, cinturón, todo lo que suene a peligro va para afuera. Fue el atentado más caro y más barato de la historia del terrorismo, apenas y con unos aviones, que no eran de ellos, y ni siquiera le pusieron el gas avión, y con unos cuters que no valen un dólar, degollaban gente y fueron a estrellar lo que quisieron. Ese día de aquella mañana, 5 mil aviones volaban los cielos americanos y fueron bajados todos en menos de media hora. Cada que voy a Nueva York tomo el Metro y paso a ese sitio. Fui en 2002, un año después, cuando olía a muerte y luto y dolor, y apenas en 2018, cuando cubrí la elección de Hillary y Trump.
Nueva York. Allí donde ahora construyen las nuevas torres, una de ellas el mes pasado rebasó al Empire State. Frente a la tienda de Century XXI, un almacén lleno de compradores mexicanos, que en sus cinco pisos ofertan todo. Baratísimo. Cruzamos la calle. A un lado, en la iglesia St. Paul’s, todo recuerda a aquel día. Hay un panteón cercano, pequeño, data de tumbas de 1786, allí muy seguro descansan los herederos de los Vanderbilts y aquellos barones del dinero allí sepultados. Tumbas tan viejas, que algunas lápidas han perdido el nombre. Allí exhiben una foto de aquel día: papeles y televisiones y vidrios que volaron a ese espacio de jardín aledaño.
Lo que los hace recordar.
Al pie, también, la galería de los heroicos bomberos que perdieron la vida.
Todos. No falta ninguno. Vamos al Memorial, el de las dos piscinas que inauguraron el presidente Obama y el alcalde Bloomberg. No cobran, gratis las entradas. Hay que formarse, esperar que den las dos de la tarde para poder penetrar a ese sitio llamado 9/11 Memorial.
Es un parque donde se respira quietud. Donde la gente entra en silencio. El sol cae a plomo. Mucha seguridad. Seguirá siendo por mucho tiempo zona de riesgo. Más ahora que las cinco torres se levantan como gigantes de acero y vidrio y concreto. 2,983 hombres, mujeres y niños fallecieron ese día, se lee en el folleto informativo. Ahora es parque controlado. Cuando estén funcionando todas las torres será parque abierto, sin restricciones. Hay que pasar arcos detectores, como si se estuviera en aeropuerto. Cientos de policías vigilan. We will not forget (No los olvidaremos), se lee por todos lados. Exhiben fotos de cómo eran los edificios antes de los atentados. El nuevo complejo incluye el parque conmemorativo y un museo en construcción. Y hacia el noroeste, en el pabellón del museo se encontrará el centro de operaciones de tránsito, diseñado por el gran arquitecto español, Santiago Calatrava. En el parque hay dos piscinas grandes. Nos acercamos. Gente que allí trabaja entregan folletos en tu idioma. Lo sometieron a concurso, 5,201 propuestas de 61 países, y lo ganaron Arad y Walker.
Mañana: Otra historia de las Torres. |
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