Una hija menor de Chaplin, llamada Jane, quien vive desde hace unos años en Colombia, paraíso de los secuestros, la droga y los cárteles, hizo una revelación que dejó a muchos anonadados (dije anonadados) y estupefactos, al menos a mí. Logró que me comiera la nota de agencia internacional en una mañana lluviosa orizabeña. Dice esta hija menor, que debe andar cerca de los setenta, pues sus hijos debieron haber nacido a la mitad del siglo pasado, que su papi, el gran genio del cine, Charles Chaplin, reencarnó en un gato. ¡Ay güey!. Según le dieron lectura ella y una amiga que la hace de médium en sus horas de nostalgia, de pachequez y de tristeza. ¿Por qué llegaron a esta conclusión? Dice Jane, nombre similar al de la compañera de Tarzán, que el espíritu de su padre ha pasado por algunos de los gatos que ha tenido en casa. Y amplia: "El primero se murió. El otro se fue a joder a los bares de Cartagena y nunca volvió. Y hace poco llegó uno de la calle. Es un macho bien lindo. Le dije ¿papá?, y se metió debajo de mi cama". ¿De cuál habrá fumado esta heredera del inmortal Chaplin? Yo me imagino a Chaplin en otro lado, no reencarnado en un gato malosón y juguetón o vagabundo, como era su gran personaje. Me imagino que dios nuestro señor (en minúsculas, porque voy por la ironía), cuando anda un poco aburrido llama a San Pedro o a San Pablo y les pide el menú para cenar, y luego les ordena que les reúna unos invitados, unos contertulios para poder soltar un poco el estrés y jalar el ánimo, cuando debe haber mucha chamba en ese paraíso. Discurramos nada más que esa noche, sentados a la mesa del señor (sigue en chiquitas), Pedro y Pablo lleguen con Marcel Marceau, el mimo francés, con el mismísimo Charles Chaplin, inglés, con Groucho Marx, un gringo bigotón, y con el mexicano Mario Moreno, "Cantinflas". Qué de cosas no se hablarían allí, que de alegría y espectáculo, desde la pantomima de Marcel hasta el caminar clásico, con su Bombín y su bastón, de Chaplin, y Cantinflas tratando de traducirles todo en el lenguaje verbal enredado muy suyo, para terminar con Groucho, diciendo como quiso que le reconocieran en la posteridad, en su lápida con el frío epitafio: disculpen que no me levante.
|
|