Este nuevo Gobierno supone un proyecto de renovación con visiones y prácticas disruptivas; es lo novedoso y expectante de esta etapa nacional, sin omitir las nuevas realidades municipales y Estatales. Lo que se vino anunciando desde hace muchos años y se ratificó con detalles en las reciente campañas es un cambio radical con las formas de gobernar y hacer la política; de esas intenciones de fondo apenas se van vislumbrando algunos rasgos. Pedir transformaciones súbitas, detenerse en los errores y tropiezos de las autoridades y legisladores es una postura equivocada, ineficaz y más próxima a algún tipo de desahogos. Una apabullante mayoría ciudadana votó a favor de una persona, AMLO, que con persistencia y compromiso se hizo de un liderazgo nacional, y de propuestas claras contra la corrupción y los privilegios de la insensible clase política tradicional; muchos también votaron en contra de algo o alguien. Esa es la base de los anhelos y objetivos de la inmensa mayoría de los mexicanos. No se duda de la capacidad de Andrés Manuel, de su visión y entrega; tampoco que entregará buenas cuentas. Los cuestionamientos van hacia sus colaboradores y a los niveles locales; no todos los que asumieron cargos públicos tiene la trayectoria, formación, confianza y capacidad requeridas. Apostarle al centralismo permite control pero puede inhibir eficacia; la falta de contrapesos abre camino libre pero atrae riesgos de desvíos. Esa es la realidad política de México, guste o no, es lo que democráticamente se decidió, y la tenemos que asumir para bien. No es nada fácil moverse entre los polos, los de los antis y los pros, pero vale la pena intentarlo, acudir a las razones, ser críticos constructivos y aportar más allá de siglas e intereses particulares. Quien tome partido está en su derecho y debe mostrarlo con orgullo y ser coherente. Quien no lo haga debe ser respetado. Si vemos más allá de colores de facción y pensamos en México, desarrollaremos armonía, unión y prosperidad; ocuparíamos menos tiempo en divisionismo y ataques. Debe ser preocupante que la deliberación pública esté estacionada en ocurrencias y temas menores. Hay demasiados pendientes y retos nacionales como para dedicarse al ataque y al desahogo.
Al atraso como país casi en todo, con la carga de severos problemas estructurales, pero sobresalientemente en materia social y ambiental, hay que añadir el serio déficit en cultura política en sentido democrático. Venimos de una nociva herencia de lo que fue el partido de Estado, el PRI, luego hegemónico; la alternancia con el PAN modificó muy poco, casi imperceptible, de esos usos y costumbres. Ahora se presenta una nueva oportunidad de hacer algo sustancialmente distinto en la política y el poder. Es una prueba gigantesca. Antes había un partido, el tricolor, que colonizaba la vida y al aparato públicos, que actuaba como agencia de colocaciones, que se volvió absolutamente pragmático hasta quedarse sin ideas, que no tenía militantes sino clientelas y que estaba a las órdenes del Presidente; era el partido del "si señor", "a sus ordenes", " la hora que usted diga", "hasta la ignominia con usted", etc.. Ese tipo de partido modeló al resto, los hizo a su imagen y semejanza, y volvió a la política una actividad mercantil y ajena a los intereses de la ciudadanía. Ese es un modelo cercano que merece ser evaluado para marcar una distancia ante el nuevo escenario de México y Veracruz. Si las recientes hegemonías reproducen esos rasgos, solo habremos cambiado de colores y pospondremos el cambio verdadero. En si, es una cuestión de cultura democrática. No hay de otra, es imprescindible seguir en un sistema abierto, que incentive el potencial social, con ciudadanos informados y con derechos, con fomento a la pluralidad y la crítica. Lo peor que nos podría pasar es retomar las viejas y nefastas formas autoritarias y borreguiles que tanto combatimos. La apuesta es enorme y tiene un alcance histórico. Es de desearse y aportar algo para que construyamos un cambio verdadero, no de rollo, no de consigna.
Recadito: no al miedo ni a la parálisis en XALAPA, somos mucha sociedad para la delincuencia.
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