Uriel Flores Aguayo
Se viven tiempos de cambios en México, más hablados que realizados. Hay cambios políticos evidentes cuyos efectos positivos están por verse; por ahora son relativa tendencia y sustitución de personas, colores y siglas. Eso se puede decir de lo nacional porque en lo local sigue haciéndose prácticamente lo mismo de siempre. La sensación de que urgía un cambio, era un clamor nacional profundo, ahí está y continuará por mucho tiempo. Que los conductores del cambio lo lleven a buen destino ya es otra cuestión, que se refleje en lo social y lo económico está por verse. Observo cómo limitación y riesgo del proyecto de transformaciones al caudillismo de AMLO, que es el principio y puede ser el fin de este proceso en tanto no edifica las estructuras institucionales en las que se deberían sostener los cambios y hace de su personalidad el eje del discurso e imagen de la oferta regeneradora; consume mucho tiempo y energía en sostener una presencia que no necesita ya de esos recursos que deberían estar al servicio de las causas colectivas, de la conciliación nacional y la permanente convocatoria al diálogo y la unidad.
En la polarización enajenante y ociosa, provocada por un estilo provocador del Presidente y una oposición política y social rudimentaria, se ocupa y pierde demasiado tiempo; se van creando condiciones para que se cuele, en aparente juego y ocurrencia, un discurso primitivo y fascistoide. No deberíamos seguir o apoyar esas expresiones que lesionan la convivencia y de violencia verbal; uno no puede saber cuando camina a la violencia física. Hay que distinguir de la demagogia al dolo y la ingenuidad, abrir paso constante y comprometido a un discurso tolerante, noble e inteligente. No jugar con fuego aun verbal. No utilizar la descalificación para ganar puntos en estas carreras alocadas que trajo el cambio, donde todos creen que merecen más. Aislar los extremos discriminatorios y sostener una ruta donde sigamos creyendo que somos humanos, compañeros y ciudadanos. Partamos de que más allá de filias y fobias, posiciones políticas y rol en la vida pública todos merecemos respeto a nuestra individualidad, a nuestra dignidad y personalidad; ni más o menos.
Después del discurso claro e insistente pero todavía idílico de AMLO es poco lo que ha cambiado en la práctica de lo que tiene que ver con el Gobierno federal y la ciudadanía. Podríamos hablar de salud, donde en el IMSS y el ISSSTE dejan mucho que desear y se destacan por carencias y limitaciones; podríamos hablar de la seguridad, donde no existe estrategia alguna y seguimos a merced de la violencia y la delincuencia; podríamos hablar de la educación, donde hay un retroceso en curso a raíz de la contrarreforma; podríamos hablar de democracia, donde se observan preocupantes síntomas de restauración; podríamos hablar de la crisis de los partidos políticos, incluido Morena, donde solo ven por sus intereses de autoconsumo; podríamos hablar de la crisis de representación legislativa con la vuelta de los diputados y senadores levantadedos que solo velan por sus interés o, cuando mucho, los de sus partidos y del Presidente; en fin, podríamos y deberíamos hablar de una realidad vivida cotidianamente que está muy lejos del triunfalismo ritual de AMLO.
En lo local hay realmente poco digno de señalar como botón de cambio. No, para nada. Es obvia la continuidad de un modelo tradicional, autoritario y corrupto. Estamos ante un gobierno de cuates, excluyente y de mínimo peso en la vida de los veracruzanos. Personal directivo de bajo perfil colocados al frente de Dependencias claves para la sociedad. No se respira una atmósfera de transformaciones en voz ni en hechos. Se ve algo difícil, cuesta arriba, que con este equipo gubernamental pueda haber un cambio, algo positivo para la
colectividad. Hay un muro de arrogancia, revanchismo, ignorancia, inercias locuaces y desbocadas ambiciones que los alejan de cualquier espíritu de transformaciones. Desde su burbuja les queda el rollo, la pose y la simulación. Ahora va quedando claro que será necesario apostar por equilibrios y liderazgos si queremos superar la mediocridad que puede llegar a ser fraude y decepción.
Recadito: es imposible que desde la ignorancia se hable de Educación, por mucho que un burro tocó la flauta.
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