Uriel Flores Aguayo
La pandemia del coronavirus COVID-19 nos tiene atrapados a todos en México y el mundo. Es una crisis que pone a prueba a las sociedades, a sus instituciones y sus liderazgos. El impacto en nuestros pensamientos, ánimo y modo de vida es simplemente brutal y contundente. Hay suficiente información y evidencia para tomarlo en serio. Su propagación ha sido veloz y mundial, como una ola que se observa a la distancia y va llegando, poco a poco, a sus destinos. De las lecciones de China aprendimos poco, a pesar de que nos permitió contar con algo así como dos meses de ventaja para prepararnos. Es la fecha que no se instala el Consejo Nacional de Salubridad, organismo encabezado por el Presidente de la Republica, cuya misión en hacer frente a situaciones como la que estamos viviendo. Tengo la impresión de que nuestro Gobierno vive una especie de parálisis. Por lo observado en otros países nos vemos lentos y limitados tanto en el liderazgo oficial como en la participación de la sociedad mexicana.
No hay antecedentes de un problema de esta magnitud en México. Siendo inédito en ese alcance es mucho lo que tenemos que innovar. Contamos con regular infraestructura hospitalaria, recursos humanos profesionales, limitados presupuestos y la potencial solidaridad nacional. En situaciones así, de emergencia general, es cuando se requiere la unidad más allá de facciones políticas, es cuando se necesita altura y niveles de Estado para poder hacer una convocatoria amplia y suscitar el respaldo incondicional de todas las fuerzas sociales y políticas. Esa sería otra lección actual, la de no polarizar ni dividir por cálculos electorales. Sin claridad y programas eficaces en el Gobierno, la sociedad se confunde y hasta se paraliza. Se necesita inyectar fuertes cantidades de recursos públicos para evitar el colapso económico, es prioritario evitar, en la medida de lo posible, que de la problemática de salud pasemos a una crisis social y política. Tendrán que revisarse otros programas y proyectos federales para decidir si se cancelan o posponen de tal manera que se de prioridad a la emergencia actual.
El panorama es catastrófico y apocalíptico. Tal vez ni en las películas de ciencia ficción habían logrado llegar a la narrativa y cuadros que estamos viviendo. Son impactantes las escenas de ciudades vacías, del desbasto en los supermercados y de los hospitales saturados. Cuesta un poco de trabajo comprenderlo y aceptarlo. Parece un sueño de terror del que uno quisiera despertar inmediatamente. Pero es realidad, ahí está en nuestras puertas y calles. Ahora tenemos que hacerle frente. Hacerlo con realismo, con seriedad y con sentido comunitario. El desafío es mayúsculo para todos. Pone a prueba nuestro humanismo, esa condición aparentemente obvia y normal pero que muchas veces vacila y pierde ante retos más chicos. No hay lugar para el dolo, la maldad y la demagogia. O no debe haber. Las crisis son pruebas concretas. Ahí se ve nuestro tamaño. Vamos a mostrarnos y a mostrar al colectivo quienes somos en verdad. Será fundamental seguir las instrucciones oficiales, cuidarnos en lo individual, cuidar a las familias, aprender rápido, ser solidarios con tanta gente vulnerable en todos los sentidos. Tan solo debe reiterarse que la mayoría de la gente no tiene un sueldo seguro si no trabaja y que muchos, a pesar de las órdenes, tendrán que salir a buscar el sustento.
Una conducta responsable evita los rumores, difunde información sería, no caer en pánico ni rapiña y hace lo posible por ayudar a la comunidad. Nos tenemos que dar un respiro del debate ocioso. No son momentos de apoyo o crítica a una persona, eso no importa. Vienen tiempos difíciles tan solo por el aislamiento pero más graves ante el posible colapso del sistema de salud. Si con los un poco más de dos meses que se tuvieron desde la irrupción
del virus en China hasta la llegada a México, se previeron presupuestos, capacitación y mando, no habrá tanto problema para hacerle frente a esta pandemia. Si, en cambio, se apuesta a las creencias particulares y corazonadas o, peor, a consideraciones electorales, estaríamos en serios problemas. La sociedad paralizada significa nula actividad económica, por tanto, viene el desbasto y riesgos de protestas sociales. Será fundamental la madurez ciudadana y que contemos con liderazgos creíbles y serios. Mi deseo profundo, mi compromiso propio, es que superemos con orden, unidos y dignos esta terrible emergencia.
Recadito: todo pasa a segundo plano ante esta crisis. Cuidémonos.
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