Sin duda vivimos tiempos de cambios políticos en México, que pueden también ser sociales y económicos a mediano o largo plazo. Lo que sucedió con las elecciones del año pasado genera otra realidad política y se deriva en transformaciones del poder, instituciones y presupuestos. Puede haber con voluntad y ciertos procesos una limitación sensible a la corrupción y una utilidad mayor de las estructuras públicas. Hay de fondo amplías posibilidades de cambios en virtud de tipo de Presidente, austero y popular, y su visión contraria a privilegios y exclusiones sociales; sin duda habrá efectos en los aparatos de Estado, en los cuerpos de seguridad y los miles de funcionarios públicos de todos los niveles. Pregonar con el ejemplo y ser consecuentes tiene sus méritos en sí mismos e incide en el ambiente público y social. Solo que no es de resultados abruptos y milagrosos. Para palparse habrá que recorrer un proceso de explicaciones, operación, convencimiento, maduración, aprendizaje y convocatoria. Se entiende y tiene lógica política que se haga un discurso medio triunfalista desde el Gobierno; es algo desproporcionado que a cualquier acto de Gobierno se le quiera presentar como una epopeya, algo épico, de corte histórico y de una transformación a la altura de la Independiente, la Reforma y la Revolución. Dan la impresión de no tomar en cuenta a la historia integralmente y prescindir de los antecedentes del proceso democratizador que nos trajo a este momento de México.
La realidad compleja y diversa, en todos los ámbitos de la vida social, se encarga de aportar una dosis de sensatez ante las expresiones grandilocuentes. El día a día de la gente poco tiene que ver con los encendidos discursos del cambio y de la propaganda. Hay una considerable distancia entre las proclamas y la cotidianidad de la ciudadanía. La gente enfrenta estrechez económica con bajos salarios y desempleo, la inseguridad imperante y avasalladora, los deficientes servicios municipales, el caos en la movilidad, los atropellos policiales y de tránsito, la falta de representación en partidos y congresos, etc.. Más allá de los luminosos discursos hay una realidad concreta que la gente vive día a día, donde poco importa el color del partido gobernante y los nombres de los líderes y autoridades tan remotos y ausentes como siempre, como antes.
Tomo un ejemplo de un asunto de salud del que he sido testigo en estos días en la clínica hospital del ISSSTE en XALAPA. Debo iniciar mi comentario reconociendo que se trata de un centro de salud en buenas condiciones materiales y de infraestructura y que cuenta con personal capacitado y profesional. Los problemas son otros. Hay una aglomeración impresionante para obtener una cita con especialistas, son cientos de personas, la mayoría de edad avanzada, que hacen largas y cansadas colas para ese fin. Es algo tan primitivo como vejatorio de los derechohabientes que exigen medidas de respeto y modernización. No se debe continuar con esas prácticas de la antiguita. Otro grave problema es el desabasto de las medicinas. Igual que con las citas la farmacia se satura en lo que parece una manifestación para recibir los medicamentos recetados que, constantemente, son negados por no contar con ellos. Es notorio ese problema y la gente se queja mucho al respecto. Debe agregar a la situación de esta clínica un entorno degradado con calles en mal estado, llenas de baches, y puestos comerciales en obstrucción de la vialidad. En esos aspectos no parece un hospital de la capital del Estado.
Así como ese ejemplo podría hablar de muchos aspectos que tocan el día a día de la gente. Lo que tiene que ver con su transporte, su contacto con todo tipo de autoridades, su acceso
a servicios y las posibilidades de ser tomados en cuenta. Habrá democracia y cambio cuando el discurso esté más cerca de la realidad cotidiana del pueblo.
Recadito: unir, dialogar y ser tolerantes son las tareas democráticas del momento.
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