Como era fácilmente previsible el debate nacional, por llamarlo de alguna manera, se instaló en un esquema de simple, hasta vulgar, polarización. Entre los del PRO y los del ANTI hay un pequeño espacio que nos corresponde abrir mucho más a los libres pensadores, a los sin partido, a la sociedad civil y, simplemente, a los ciudadanos. Se entiende el mandato y el espíritu de cambios profundos pero no debe abusarse como si fuera un cheque en blanco y una orden para restaurar hegemonías autoritarias. Entre los impulsos legítimos de transformaciones, las incertidumbres normales, las dudas y resistencias, debe empezar a ser más influyente el ambiente tolerante, incluyente y unitario. Es obviedad que, por su poder, desde la Presidencia de AMLO debe ponerse el buen ejemplo e ir alejándose del discurso que fustiga y descalifica. Poco aportan a nuestro entendimiento las posturas sectarias, de tonos fanáticos, de ambos lados; sobre todo las de evidencia simuladora que, sin argumentos, están a favor o en contra de lo que sea, aun lo más irracional o absurdo. Es lamentable cuando se niega la oscuridad de la noche o la luz del día por consigna o para poner en evidencia al otro.
Nos urge una sólida cultura de tolerancia en este México tan desigual y violento. Es indispensable partir del respeto absoluto al otro, al que no piensa igual o tiene posiciones distintas. Aveces creo estar viendo la vieja política de los setentas y ochentas, los tiempos del Partido casi único, de los partidos satélites, de los mayoriteos, de las cargadas, de las unanimidades, del pensamiento casi único, de la soberbia, del hombre fuerte y providencial, del acarreo, de los vítores incesantes, etc.. Contra ese sistema milité desde mi temprana juventud; no es por lo que luchamos. Ahora hay otras condiciones, hay comunicación fluida, una sociedad más participativa y una serie de contrapesos informales; en esas diferencias con aquellas épocas está la apuesta por un México plural, libre y con desarrollo.
La amenaza de Donald Trump, de imponernos un arancel del cinco por ciento, ilustra ejemplarmente la polarización señalada. El desenlace público es claro: el polémico mandatario gringo se salió con la suya y puso en evidencia un débil Gobierno mexicano. Al pan, pan y al vino, vino. Ese desplante se debió haber considerado una ofensa inaceptable, sin su retiro no había condiciones dignas para sentarse a la mesa de la negociación. Por lo que sea, cálculo, temores, pragmatismo o prudencia, el resultado es adverso. Se vinculó lo comercial con lo migratorio. Se obliga a México a tomar medidas sin duda necesarias pero ahora por presión externa. Es de toda obviedad que salimos perdiendo, sin embargo la derrota se envuelve en eufemismo y se convoca a una celebración patriótica sin sustento y sin sentido. Si eres PRO aplaudes la humillación y te tragas algunos sapos; si eres ANTI te regodeas y acusas casi traición a la patria. La verdad, creo, es que la situación exigió una buena dosis de realismo, que ante la avalancha se debían tomar medidas concretas como se hizo. No es negativo hacer negociaciones, hay que partir de la correlación de fuerzas y hacerlas transparentes.
Cuando se dice que los que critican al Gobierno son conservadores, de derecha y neoliberales no se está diciendo nada; es forzar, para facilitar la identificación, las caracterizaciones. No es por ahí y lo saben muy bien. Hay algún tipo de Derecha sin duda y se manifiesta a través de sus espacios, pero no incide en la crítica social que es mucho más abierta y plural. La simplificación, que se vuelve fácilmente caricatura, es casi equivalente a la demagogia. Si no hay enemigos, es ocioso inventarlos. Urge respetarnos en los hechos, reconocernos como parte del todo, de la sociedad y de México. Es difícil pero no imposible caminar por una tercera vía, lejos de la parálisis de los extremos, de la sin razón polarizante, donde haya un clima de armonía y libertad. Si México va a cambiar, sin etiquetas de temporada, será por su calidad de vida y de democracia.
Recadito: si observo perversos en el Gobierno Estatal.
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