La historia política de Mexico tiene en la demagogia a uno de sus rasgos principales. No es exagerado afirmarlo. En los tiempos del PRI de Estado o hegemónico brillaba la verborrea como rollo o discurso político. Los líderes y gobernantes tricolores se auto definían como revolucionarios y patriotas; quienes no los siguieran o aplaudieran, eran reaccionarios, conservadores y traidores a la patria. Ellos decidían los papeles en la vida pública. Nutrieron una cultura política determinada donde el discurso era parte de un conjunto de aspectos simuladores y coercitivos. Eran demagogos y folclóricos, obstruían a las libertades y a la democracia en nombre de lo que ellos entendían como patria. La realidad los alcanzó y los cambios sociales, imparables, les pasaron la cuenta. Hoy el PRI va en declive mientras su cultura priista se recicla en Morena. Es impresionante la similitud entre ambos. Igual que antes no se diferencia al partido del gobierno, se utilizan los programas sociales para el proselitismo y se abusa del poder. Guardando las proporciones y apartando los momentos oscuros de la represión, ahora es peor; lo es por la falta de formación, la idolatría real o fingida, la ambición desbordada y la ruptura con las reglas democráticas. El PRI cambió de colores: son lo mismo con mayor carga negativa en los actuales dado que defraudaron a sus votantes y seguidores. Antes se hablaba como sonsonete y voz exaltada de la revolución, ahora se habla de una supuesta transformación; antes de practicaba el clientelismo y el corporativismo, ahora también; antes se practicaba la servidumbre y el apoyo incondicional a los gobernantes, ahora igual; antes se ejercía el culto a la personalidad y se aplaudía el presidencialismo, lo mismo ahora. El ambiente político es depresivo e indigno. Se dice lo que sea. Como siempre se exige negación de la inteligencia para no exclamar que el monarca va desnudo y que el elefante está en la sala. La nueva clase política inició simulando para seguir en la complicidad; miente y se despojó de escrúpulos.
La base del discurso dominante es la apelación al pueblo en abstracto. Si hay que informar transparentemente no hay problema porque ya lo sabe el pueblo. Si eligen candidatos por medio de encuestas patito tampoco hay problema porque eligió el pueblo. Siempre justifican sus actos y todo tipo de abusos y opacidad con el pueblo. Nunca hablan de ciudadanía e individuos. Es un pueblo sin rostro, masa de mítin y justificación para todo, lo que sea. Como el pueblo es todo y nada no consideran la posibilidad de dialogar; les bastan sus discursos y monólogos. La demagogia y el uso del término pueblo son parte de las líneas que constituyen el sistema real. Es la explicación a su comportamiento en general. Instalados en la inercia caminan en un rumbo de control, uso, disfrute y abuso del poder. Los de antes eso querían, se pelearon con el decoro, los recientes eso sabían o llegaron a aprenderlo. En resumen: con palabrería hueca y alusiones a un pueblo de fantasía hacen como que gobiernan y simulan estar transformando algo que solo está en el papel.
Es de rubor o desagrado los grados de ingenuidad, sus bases, y de desfachatez, sus dirigentes, en Morena. Basta observar lo que están haciendo en los preparativos de su elección interna próxima. Traicionan con placer sus supuestos principios de no mentir, no robar y no traicionar. En este proceso dan cuenta, en resumen, transparentemente de sus desviaciones políticas o la confirmación de ser una fuerza podrida. Su mayor esfuerzo se dirige a ocultar sus tropelías y engañar a la sociedad; a sus votantes acarreados no necesitan mentirles porque saben perfectamente en lo que andan.
Recadito: nos falta mucho para vivir con lo básico de dignidad en Xalapa…
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