Uriel Flores Aguayo
Promover la unidad nacional en México, en lo básico al menos, es una postura progresista
y democrática. Decir que debe ser a toda costa es tomar una postura tajante y radical.
Hacerlo sin dudas, consecuente y activamente. Unir es la consigna del momento; unidad
en la diversidad porque no pensamos igual pero debemos respetar al que piense distinto.
Unidad en lo básico, con un piso común. A partir de ahí dar rienda al debate en un marco
de respeto y absoluta tolerancia. Los ciudadanos y los liderazgos tienen que ser
responsables y promover la convivencia civilizada y democrática. No deben verse como
enemigos, no lo son. Somos mexicanos y nos afecta o ayuda lo que le pase a la que es
nuestra casa común. Las palabras descalificadoras, los insultos de caricatura y la negativa
a lo razonable y el respeto en el trato entre la gente no deben ser las conductas dominantes
ni volverse costumbre.
La polarización ha venido ganando terreno y se volvió una tendencia fuerte; es la recreación
de los extremos, esos espacios donde las posturas se vuelven irreductibles y hasta
dogmáticas. Colocados en los puntos más lejanos se ven cada vez más distantes y no
dialogan. La inercia y el discurso dominante nos lleva al alejamiento de las posturas con
deficiente comunicación. Sin diálogo solo caben las imposiciones y la fragmentación de las
bases que sustentan una ruta común. De ahí que se vuelve una actitud renovadora impulsar
los diálogos y la comunicación; también es progresista respaldar el desarrollo de la unidad.
Tomar partido es fácil, se trata de adherirse a una línea, y refugiarse en dogmas y
consignas. La demagogia y los intereses hacen el resto separando posturas y creando
conflictos como forma de hacer política.
Es lamentable y peligroso que desde la Presidencia de la República se haga la
descalificación de quienes piensan distinto. Eso es fatal. Es una estrategia política con clara
tendencia a identificar enemigos de papel para tener un contraste que de identidad y rumbo
a sus simpatizantes. Podría López Obrador, con sus votos y la plena legitimidad, mostrarse
magnánimo y Estadista, hacer convocatorias amplias y unitarias, suscitar mayores apoyos
para causas como los combates a la pobreza y la violencia criminal. La oposición partidista
y la incipiente organización ciudadana que asume posiciones críticas debe ser respetada y
alentada; tales figuras no pueden eludir sus compromisos democráticos, también deben
hacer un compromiso con el respeto y la verdad. Sin ánimos unitarios vamos al conflicto y
al desencuentro.
En la polarización pierde el sentido común y el acuerdo nacional. En la polarización se
facilita el paso a la demagogia. Es decir, a más distancia menos diálogo y menos confianza,
a más distancia menos unidad. Polarizar es sencillo pues solo requiere lanzar consignas y
mostrarse duros. El ambiente de confrontación sirve a los que menos piensan y no están
dispuestos a practicar una política democrática. Todo lo resuelven con dos o tres epítetos
y alguna carcajada. A falta de ideas abundan las ocurrencias. Se puede polarizar por varios
motivos, en algunos casos abrazando lo más cercano a una idea o propuesta, pero casi
siempre es en la búsqueda del aplauso fácil y una sencilla forma de clasificar afines y
contrarios. Hay un ascenso en cierto tipo de radicalismo discursivo para distinguirse, para
ganar posiciones en las filas de ambos lados y para darse una especie de identidad.
Reiteró que el abono por la unidad, la concreta y sustancial, es una actitud democrática. Es
una línea que distingue lo anacrónico del presente, del momento. Más allá de posturas
partidistas, de grupos de interés o gubernamentales están los asuntos de la gente concreta,
de la sociedad civil. No es sencillo abrir una tercera ruta, es mucho más lenta y elaborada,
no brilla. Se requiere paciencia y moderación. No es juego descalificar. Cuando se etiqueta
se ofende de palabra y se abre paso al ataque físico. Descalificar es confesión de
intolerancia, empobrece la vida pública y nos aleja de la democracia.
Recadito: esas comparecencias se volvieron un vetusto carnaval.
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