Uriel Flores Aguayo
Quedan pocos días al año en curso, apenas un breve tiempo para cerrar de la mejor
manera. Son días de encuentros, acentuados recuerdos y balances. Guste o no,
voluntariamente o no. La gente se busca o coincide por compromisos familiares y sociales.
Es una rutina. Son fechas en que se notan más las ausencias, todas pero con mayor efecto
las de los seres queridos. En la memoria de un año desfila más tiempo, a veces toda la
vida, con sus imágenes y voces; abrazamos el pasado fugazmente, nos acompaña esta
temporada. Nos podemos dejar atrapar por el hubiera convertido en cruel nostalgia. La
conciencia limpia, del deber querido, nos libra de sufrir y vuelve grata las vistas virtuales de
los nuestros. Hasta por inercia se nos aparece el recuento de los días, el balance de la vida
que cabe en doce meses. Es la familia el motivo de nuestra consideración, donde radican
los afectos más próximos y sensibles. Pensamos si hemos hecho bien, si tenemos
comunicación, si no les faltamos y que tanto seguimos unidos en la realidad, no solo en los
deseos. Para bien o mal esta pausa para la mayoría abre una ruta de valoración, de
prioridades; es un momento de mayor acercamiento y, dado el caso, de reconciliaciones.
Opera igual para las amistades. El tejido social tiene esos dos grandes pilares. Habrá quien
sea más introvertido o más extrovertido, quienes tengan gran facilidad para relacionarse
pero también quienes opten por aislarse un poco. Es casi imposible resistirse al encanto de
la temporada navideña. Hay mil formas perfectamente viables de pasar las fiestas de buena
manera. Claro que los tiempos cambian y cambian las personas. Es posible que el espíritu
navideño disminuya o no. Pero siempre habrá espacio para los buenos deseos.
Uno escribe por como vive, como imagina o recuerda. La marcha de la vida nos deja
enseñanzas y confirma nuestro modo de ser. De acuerdo a las edades se expresan las
vivencias e intereses actuales. Dicen que cada quien habla conforme le fue en la feria.
Somos distintos en aspectos básicos, somos comunes en lo social. Nos une la condición
humana, el territorio y la comunidad social. Ahí nos hermanamos. Lo que pase a nuestro
lado no nos puede ser indiferente. Termina otro año, para algunos es la acumulación de
pasado mientras que, para otros, es el asomo de futuro. Vamos juntos en cualquier caso.
Siempre aprendemos. Siempre nos damos cuenta, en la calma, de lo que estuvo bien y de
lo que nos faltó; que tanto debemos de afectos, hasta donde tenemos pendientes serios.
Deberíamos desterrar los arrepentimientos vacíos o las disculpas sin consecuencias.
Asumir responsabilidades reales.
Son días de clima frío, a veces gélido, y de oscuridad natural. La atmósfera induce a la
paradójica tristeza cuando más se celebra. Aun así el ambiente de festejo es lo que domina.
Es cuando más se abraza y más se regala. Siempre será necesario, en la compasión y la
solidaridad, tender la mano a la niñez huérfana de ropa abrigadora, a las familias sin mucho
para las cenas tradicionales, al grupo que requiere un poco para sus posadas y fiestas del
barrio, a las comunidades que, con poco, se reúnen para convivir. Si lo bueno que somos
debe aparecer algún día, aunque debería ser siempre, es en estas fechas, que perduran
como referente durante todo el año próximo. Es necesario, sano y de indispensable
civilización aportar a la unión social; tender puentes de comunicación para la inclusión y la
tolerancia; desterrar los mensajes de odio y ser pacientes con los rezagos sin obviar el
compromiso colectivo y las consideraciones con uno mismo.
No hace mal que se perpetúen las mejores tradiciones de esta temporada, que se sigan
cultivando las ilusiones de nuestra niñez. Estamos ante la síntesis de la formación
sentimental de las nuevas generaciones. La comida, las celebraciones, los regalos, los
Pinos, las luces, el ambiente y las esperanzas nos ubican en un momento mágico del que
no queremos salir. Valor a la vida, a la amistad, a lo fraterno y a los social; valor a la salud
propia y de los demás. Nada duele tanto, en el alma, que ver en cama, disminuidos, a los
seres queridos, en especial a los niños. Su dolor nos hunde en la tristeza y en la
incertidumbre. Hagamos todo para que sean felices y estén sanos. Vivir o morir en vida
tiene que ver con la salud de nuestra niñez. Las tareas de su vida plena es ahorita. Una
muestra de humanismo es ver que quienes cuidan en hospitales a sus enfermos tengan
ropa abrigadora, comida y bebidas calientes en estas fechas frías.
Aprovecho este espacio que generosamente me brinda el medio en que lo estás leyendo
para desearte unas felices fiestas decembrinas, con unión y salud.
Ufa.1959@gmail.com |
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