Para cumplir con los propósitos expresos en las tareas de Gobierno se requiere mucho más que discursos y buenos deseos. Siendo tan obvio todavía, por desconocimiento o actitudes facciosas, se discute si es de día o de noche. La complejidad social, con sus retos y problemas, en lo cotidiano y el mediano plazo, exige mesura y temple para conducirla; hace indispensable tener conocimientos, experiencia, equipos y autocrítica. Si los mandatados se muestran, con rostro claro, son cercanos, escuchan y elevan sus objetivos en lo colectivo, la sociedad puede respirar tranquila. Algo anda mal cuando ante las tragedias se opta por la confrontación y la negatividad como si el ruido resolviera y se pueda tapar el horizonte con omisiones. Ahí está la realidad que no es color de rosa, conocida de antes y, por tanto, asumida como responsabilidad a la hora de postularse para cargos públicos. Hablar del pasado se vuelve retórica ofensiva con el paso del tiempo. Cada crisis deslava los colores partidistas y las supuestas virtudes salvadoras de quienes construyeron un discurso bicolor y fácil.
Cuando uno se sube a un avión o a un autobús confía y sabe que los conductores y pilotos están debidamente capacitados para desempeñarse adecuadamente en la conducción de sus medios de transporte. Sus virtudes personales, valores y honestidad individual, no tienen que ver con su trabajo. A los pasajeros les pueden interesar sus capacidades técnicas, es decir, que sepan conducir. Algo parecido ocurre con los políticos en funciones de Gobierno. Se aprecia su honradez sin duda, es una cualidad intrínseca a su labor y compromiso, pero no se puede desligar de su capacidad para ejercer su cargo. Si solo es muy honrado, lo cual habría que acreditar con hechos y algo de tiempo, pero no tiene las competencias para desempeñar eficazmente sus tareas, estamos ante un cuadro adverso para el interés general. Hay muchas formas de saber si los gobernantes tienen cualidades: sus discursos en si, sus actos y decisiones, sus equipos de trabajo y las respuestas que ofrezcan en momentos difíciles. En cada caso se dan a conocer en su exacta dimensión, se muestran, son apreciados de forma concreta y suben o bajan en el ánimo y simpatía ciudadanas.
Nunca se va a resolver el gravísimo y trágico problema de la violencia criminal si no se aplican las políticas y estrategias correctas. Es fundamental revisar las prohibiciones en el consumo de algunas drogas para que pase de ser un asunto penal a uno de salud. Es vital hacer la diagnósticos correctos que lleven a asumir que es clave el imperio de la ley y el predominio del Gobierno. Sobre todo debe prevalecer el Estado de Derecho. Lanzar discursos abstractos pospone la solución, confunde a la gente y permite que las bandas crimínales tengan las mejores condiciones para imponer su hegemonía y dañar el tejido social. El tiempo pasa y seguimos viendo lo mismo o, peor aún, ahora con cortinas de eufemismos que engañan a la sociedad y la alejan de cumplir un papel crítico y participativo. Sin seguridad sustancial el nuevo proyecto de Gobierno puede fracasar o llegar seriamente afectado a sus plazos electivos, intermedio y sexenal. Los negocios de las mafias no pasan por los filtros democráticos o partidistas. Simplemente se acomodan y se benefician de autoridades débiles o confundidas.
Si los gobiernos no gobiernan o no lo hacen bien, aveces ni en lo básico, la sociedad tiene problemas. En esos casos recibimos malos servicios públicos, somos dirigidos por amigos o exclusivamente partidarios de los ejecutivos, quedamos en el abandono en momentos críticos, olvidamos identidades ante las mescolanzas seudo ideológicas o partidistas, andamos sin inspiración y ejemplo de buen servidor público, se empobrece el debate, se fomenta la abstención electoral y social en general, perdemos potenciales y ofrecemos un gris panorama a las nuevas generaciones. Eso ocurre entre nosotros en varios niveles. No es una especulación o planteamiento teórico. Es un hecho de la realidad que nos rodea y afecta en muchos sentidos. Ante eso solo queda la crítica y la
participación. Dar el beneficio de la duda y el tiempo razonable para que cumplan con sus obligaciones pero, cuando ya haya transcurrido el tiempo convencional que se supone en estos casos, pasar al señalamiento directo y enérgico, a los cambios en personas y políticas públicas.
Recadito: yo no creo en la plena honestidad del piloto local.
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