El sistema de partidos en México es más o menos reciente en su versión competitiva y de alternancia, viene de los alrededores del año 97; transitó del partido de Estado y hegemónico al pluralismo en un proceso lento y accidentado. La última elección federal volteo las tendencias históricas y colocó a Morena como partido hegemónico en sustitución del PRI. Con la excepción de las limitadas candidaturas independientes los partidos tienen el monopolio de las postulaciones a cargos de elección popular; además, por su presencia en los tres niveles de gobierno y las legislaturas, influyen poderosamente en nombramientos y presupuestos. En la actualidad muchos puestos oficiales obedecen todavía a la afiliación partidista, sin importar capacidades técnicas o administrativas de quienes los ocupan. Es mucha la importancia de los partidos políticos en el destino de los mexicanos. En tanto conducto y espacio de la expresión ciudadana son fundamentales en la consolidación de la democracia nacional; por obviedad: para que haya democracia de calidad deben existir partidos democráticos.
Hace unos días, por recomendación del Presidente López Obrador, Morena resolvió acudir a las encuestas para elegir a sus dirigentes nacionales y estatales. Eso es más de lo mismo. Es la renuncia a la práctica de la democracia interna. Argumentan que lo hacen por su unidad y para no dar motivos de celebración a sus adversarios. Más bien es la confesión de una visión autoritaria y su incapacidad para tener elecciones internas democráticas. Tal vez les consuele saber que eso pasa en todos los partidos, donde realmente decide por todos un pequeño grupo. La singularidad de los partidos mexicanos es su falta de democracia interna. En ellos decide un líder o un reducido comité. Son todo menos organismos democráticos. Eso explica en mucho la crónica crisis institucional de México. Dichas características no se están modificando aun en el discurso de la cuarta transformación.
Aunque de una o de otra manera algunos partidos han intentado o simulado elecciones desde sus bases, como recién lo hizo el PRI, debe darse el mérito al PRD como el partido que hizo de las elecciones internas su método privilegiado para elegir dirigentes y candidatos. Luego se pervirtió, volviéndose fraudulento, para terminar... ¡haciendo encuestas!. En la historia de los partidos mexicanos queda ese aporte del PRD a la cultura política nacional. Es algo si se compara con los partidos que se manejan como simples empresas políticas, donde no hay ningún tipo de ideología sino puro pragmatismo. Es difícil sostener que un partido es democrático cuando sus afiliados no tienen derecho al voto interno. Si no votan, no deciden y no cuentan; se vuelven receptores de discursos y un número para las fotografías. Como dijo de alguna manera Efraín Huerta, son militantes de nada; de humo en este caso.
Con esa realidad donde los partidos mandan sobre el rumbo de la nación pero no practican la democracia interna, es imposible pensar en que van a contribuir a que tengamos una democracia sólida y de calidad, donde habrá consciente y activa participación ciudadana en la vida pública. Eso lo vivimos en todos los niveles. Somos víctimas de la partidocracia, incluso con estos nuevos gobiernos. Parece que no les interesa que exista un pueblo consciente, criticó y participativo. Se supone que en los partidos están los ciudadanos más informados y activos. Es solo suposición. Sus banderas ya no son de grandes causas y de ideas superiores. Sus fronteras ideológicas se han borrado casi del todo, viven en el pragmatismo y se han vuelto organismos de autoconsumo. Con esos partidos, por demás
indispensables para la democracia, es realmente poco lo que se puede avanzar en las urgentes transformaciones de nuestro país.
Recadito: la real polítik se impone en Veracruz; para ellos el fin justifica los medios.
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