Un poco por costumbre, la de una limitada cultura democrática, pero mucho más por el nuevo escenario político de México, se ha instalado entre nosotros una fuerte y preocupante polarización de todo tipo. Desde el nuevo poder se promueve la división y se proclama la intolerancia, tal vez por estrategia pero también puede ser por convicción. Desde la sociedad civil se ejerce una crítica sistemática contra lo que venga del Gobierno, así como también de la todavía confundida oposición partidista. Es una obviedad decir que ese tipo de deliberación pública tiene una plataforma fenomenal en las redes sociales. La polarización permanente no es sana ni normal; se explica en ciertas coyunturas como pueden ser los procesos electorales. Su continuidad daña el ambiente público y aleja las posiciones sociales y políticas que bien podrían converger en asuntos comunes. Es difícil saber si la tenue soberbia que se desprende de la hegemonía y el mayoriteo es así por esos números o tiene que ver con la personalidad presidencial; como es difícil saber si las respuestas a esas posturas serían distintas si el trato fuera mejor. En los extremos de la polarización hay ceguera y parálisis, se vive un mundo de fantasía y consignas; sus efectos son la oscuridad y la intrascendencia.
De qué hay cambios federales ni duda cabe, que sean positivos está por verse. Qué hay un mandato electoral es claro, que sea incondicional está por verse. Lo más positivo y negativo del cambio radica en la fuerza y personalidad de López Obrador; no en un régimen, no en un sistema ni en la pluralidad. Hay un culto a la personalidad que instalará, tarde o temprano, a un caudillo. Las transformaciones no se encaminan, no se ve, a una sociedad de libertades y derechos sino a la creación de un culto, estimulado desde el poder. Hay un espíritu que reivindica un sacrificio más allá de cualquier idea, la creencia de ser merecedores de cualquier cosa por lo aportado a una lucha que los llevó al poder. En ese sentido es normal para ellos el patrimonialismo a semejanza de los años dorados de la revolución mexicana, en donde los vencedores se apoderaban de haciendas, joyas, dinero y mujeres. Ahí radica su pobre nepotismo en los niveles locales, sienten que es lo mínimo que merecen por habernos "salvado". Girar el gobierno en torno a una personalidad, con concentración de poder y facultades excesivas, es una ruta segura al desastre. En ese ambiente las fallas se ocultan y las lealtades se simulan. Cuando la esencia del poder es una persona se crean cuellos de botella, se pierde tiempo, las instrucciones son lentas, se cultiva una estructura de disciplinas y se aleja la creatividad y eficacia. Los problemas complejos no tienen soluciones fáciles, no dependen de discursos o de voluntarismo.
Escuchar a Senadores y Diputados Federales y locales del bloque mayoritario hablar en términos grandilocuentes de los cambios que apoyan o están haciendo me genera algunos sentimientos de dudas y contrastes. Personalmente los he buscado para plantearles cumplan con sus responsabilidades de representación en graves casos de abuso de poder en algunas áreas del Gobierno de Veracruz, particularmente en la Secretaría de Educación, sin que hayan mostrado, ya no díganos una básica actitud institucional, una mínima sensibilidad de género o ciudadana; desde luego hay algunas excepciones. En los detalles se califica el conjunto, por tanto los creo ficticios o simuladores. El cambio pregonado no pasará de colores y consignas mientras no haya coherencia en los gobernantes y los representantes, mientras sigan actuando como siempre, mientras abusen o permitan abusos de poder, mientras la ciudadanía no les tenga plena confianza y mientras no dejen las prácticas de la vieja política.
El acto del primero de julio derivó en una demostración de fuerza desde el poder y un debate sobre sus características, algunos reivindicaban la fecha como el momento de una gesta histórica y otros la descalificaban. Pienso que fue el triunfo de una coalición electoral con AMLO a la cabeza, por tanto su celebración debió haber sido convocada
por esos partidos e invitar al Presidente. Ese era el nivel de la fecha. Lo demás, concentración y discursos, son algo repetitivos y acentúan el marco para una personalidad. Es seguir la ruta de un culto que no lleva a la democracia. Por cierto, es altamente revelador que en Veracruz, no se haya hecho algo similar; y no creo que tenga que ver con convicciones. Me da la impresión qué hay confusión y descenso en ánimo del grupo gobernante a nivel local. Como que no tienen mucho que celebrar.
Recadito: de niveles delictivos y crimínales los comportamientos del titular de Educación.
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