Uriel Flores Aguayo
Conocí a Felipe, hace unos treinta años. Coincidimos en los pasos iniciales del prometedor Partido de la Revolución Democrática. Desde el inicio de ese novedoso proyecto nos fuimos agrupando por similitud de visión, ideas, práctica política y profesional. Nos reuníamos en Alamo, su tierra natal, cuando íbamos de paso más al norte del Estado, a comer los famosos pollos a la diabla y a tomar café con pan; también nos alcanzaba en Tuxpam, siempre que andábamos por allá. Pasó temporadas extensas en Xalapa, donde hacía base para moverse a lugares cercanos como Huatusco y Jalacingo, donde cumplió con serios trabajos. Estuvo aquí con nosotros en varias campañas electorales, especialmente en la federal del 2012; además que era participe de las gestiones sociales que nos definen. Más allá de la política nuestra relación era amistosa, en grado de fraternidad como suele ser entre quienes venimos levantando banderas justicieras desde hace muchos años.
Felipe, era profesional del derecho, lo ejercía, siendo apreciado por su comunidad al tener una postura ética y solidaria. Fue edil un par de veces en el Ayuntamiento de su municipio, adquiriendo amplia experiencia administrativa. Fue líder político, auténtico impulsor de grupos con cierta orientación ideológica, cuando eso era posible. Siempre me llamó la atención que Felipe, fuera una gente de ideas y lecturas en un medio áspero. Se movía como pez en el agua a la hora de exigir los derechos ciudadanos. Sin duda tenía un protagonismo positivo en la vida pública de su municipio.
Su lealtad era a prueba de todo, su compromiso colectivo también. Para Felipe, la amistad era sagrada. En mil ocasiones se demostró. Para mí y mucha gente era una buena persona, de calidad humana; no perfecto, como nadie lo es, tampoco exento de errores. Pero solidario, humanista, y hospitalario. Su emoción al recibirnos en su tierra era evidente, buscando los lugares propicios para comer y platicar hasta el anochecer; platicar de asuntos nacionales, de las coincidencias y diferencias, siempre con lucidez y respeto.
Ese Felipe, mi amigo, fue asesinado el sábado pasado de forma cruel y repentina como son los crímenes. No tuvo forma de defenderse, lo atacaron cobardemente. Su muerte se rodea de impunidad desde los hechos mismos, ocurridos en lugar público y a la luz del día. Se llevó a la tumba, si acaso lo supo, las razones de su ejecución. Se pide justicia por reacción elemental sabiendo que esas zonas no tienen ley y viven al margen del Estado de Derecho. Recibir una información de esas sacude fuerte, lo arroja a uno al abismo. Saber del atentado es la peor noticia en años, deprime. Es duro tomar conciencia de que no se volverá a ver al amigo, que sus compañeros y familiares sufren. No verlo no es olvidarlo, al contrario, su recuerdo lo mantendrá entre nosotros de alguna manera.
Amigo, compañero Felipe Goné como lo llamábamos, vuela alto, tanto que nos veas desde las alturas, y ve organizando los lugares del cielo para cuando te alcancemos. Descansa en paz.
Recadito: elecciones van y vienen pero la realidad camina por otro lado, ufa.1959@gmail.com |
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