Todos los días, a todas horas, en todas partes, se sabe de actos de violencia contra las mujeres en nuestro país. Se han vuelto altamente visibles los casos de intentos de secuestros en el Metro de la Ciudad de México, las denuncias de acoso en varias instituciones, los ataques en calles y locales cerrados, de agresiones en casas a manos de sus parejas, los asesinatos y violaciones de niñas en el Estado de México y Xalapa. Se nota y se sabe más de este tipo de hechos indignantes, se denuncia más y se convoca mejor a la solidaridad con ellas. Es una crisis social y humanitaria. Toda la herencia machista está a la vista y nos explota en la cara. Es una cuestión cultural y de legalidad. Es la milenaria práctica del uso de la fuerza del "fuerte" contra el "débil", hablando de lo físico. Lo que se hace en las casas se traslada a las calles. Sigue siendo demasiado fuerte el machismo, la idea de que el hombre es superior y de que puede disponer de la mujer como objeto, como propiedad. Vivimos rodeados de estereotipos mediáticos, con imágenes sexistas y de sumisión que inciden en el imaginario colectivo e influyen en la formación de las nuevas generaciones y las relaciones sociales. Son tiempos de barbarie que han dado centralidad a las zonas más oscuras de nuestra sociedad; pero también de resistencia y generosidad, de lucha y convocatoria a la movilización; de exigencia a las instituciones para que actúen y apliquen políticas públicas de protección e igualdad. Sin rollos y excesivos diagnósticos, con acciones concretas y efectivas es posible hacer mucho y ahora por las mujeres, mayores y chicas, que pudieran estar en peligro o siendo víctimas de violencia. Por nuestras abuelas, por nuestras madres, por nuestras parejas, por nuestras hijas, por nuestras hermanas, por nuestras nietas, por nuestras tías, por nuestras compañeras y por todas las mujeres de México, seamos comprometidos con sus derechos a una vida libre de violencia y a las condiciones de igualdad para su pleno desarrollo. Es una cuestión democrática y de carácter general, sin que tenga que detenerse en artificios de corte partidista o electoral. No debe haber ninguna concesión o pausa a la lucha tajante contra el abuso y la discriminación contra las mujeres.
Son agravantes a la violencia contra las mujeres las condiciones de pobreza y su exclusión del sistema educativo. Sin elementos básicos de sustento y de alfabetización están expuestas a abusos y viven en condiciones muy precarias. Son agraviadas como mujeres y como pobres. Por tanto requieren programas específicos, políticas públicas determinadas y todo un entramado institucional que les permita vivir en paz, con derechos y en condiciones de igualdad con los hombres.
La pobreza pega duro en México. Casi la mitad de su población se considera pobre y un diez por ciento se encuentra en la extrema pobreza. Esos números nos indican un país anormal y fracasado. Es fácil concluir que estamos ante brutales ataques al tejido social y a la convivencia pacífica entre nosotros. Él hambre y la desesperanza conspiran contra la armonía ciudadana y la cohesión social. Sin un piso común es imposible pensar en un sólido y completo proyecto de nación. Programas sociales van y vienen; hemos tenido de todo sin superar el asistencialismo. Se justifican y deben mejorarse. La política social del nuevo Gobierno de la Republica, es esencialmente correcta, apunta a una dirección adecuada: apoyar a adultos mayores, Jóvenes en general y estudiantes. No es dinero mal empleado, tiene un sentido democrático, de inclusión y va a incidir en productividad, capital humano y reactivación económica. Vía la dignificación de esas partes de nuestra sociedad se crea un mejor ambiente colectivo, con orgullo y entrega a mejores causas. El riesgo de las tentaciones clientelares siempre estará presente; hay que confiar, de inicio, que la llamada cuarta transformación tenga la altura y honestidad suficientes para no incurrir en las añejas y corruptas prácticas de Gobiernos del pasado.
Recadito: hay que repensar como hacer de XALAPA una ciudad mucho mejor.
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