La reacción de María Magdalena, madre de la pequeña Fátima encontrada desnuda y sin vida en la alcaldía Tláhuac el sábado pasado, no es para menos. La mamá de la niña no quiso hablar con Claudia Sheinbaum, jefa de Gobierno; menos aceptó dialogar con la fiscal capitalina Ernestina Godoy. Las autoridades de CDMX hicieron lo que no se debía hacer. Además de que no activaron el protocolo de búsqueda, en lugar de eso se ocuparon de esparcir la versión de que los padres de Fátima tienen problemas mentales.
En el supuesto de que en verdad sufran algún padecimiento de tal naturaleza:
¿Acaso por esa razón era de menor importancia la vida de Fátima?
Se ha convertido en una tradición mexicana, una más, de lo absurdo en extremo: que no se active el protocolo de búsqueda de una persona, pero que una vez que por desgracia se localiza el cadáver, se activa el protocolo de feminicidio. Tal y como sucedió en este caso.
La grave violencia que azota con toda la fuerza nuestro país, ha rebasado los límites imaginados. Ha tocado las fibras más sensibles de la población, con los asesinatos de pequeños inocentes, en diferentes circunstancias: masacre, secuestro, o cualquier otro tipo de brutalidad.
Delincuentes y criminales continuan recibiendo mensajes de aliento, de complacencias. Además de los abrazos, se repite una vez más: “Los delincuentes son seres humanos que merecen nuestro respeto”, dijo el presidente López Obrador este domingo en Tepatitlán, Jalisco. No se niega esa aseveración de que son seres humanos. Pero ante esto:
¿Dónde quedó la vida de tanta gente inocente que ha perdido la vida en manos de los criminales que merecen respeto?
Lamentablemente la violencia no es lo único que está acabando con la existencia de los infantes. El desabasto de medicamentos en los hospitales públicos se ha hecho cotidiano, comenzando por la falta de quimioterapias.
Lo más triste es que cuando un niño entra en etapa terminal por enfermedad, no haya siquiera medicamentos para mitigar un poco el enorme dolor que está enfrentando el paciente. .
La disponibilidad de los cuidados paliativos en todo el mundo ha hecho que sea raro morir con dolor. Raro que niños, jóvenes y adultos mueran con dolor en otras naciones; en México ya no es raro.
La falta de paliativos para niños en fase terminal enfrentan momentos monstruosos, de gritar o no poder hacerlo, de intentar levantarse de la cama. Es posible que sus músculos se crispen o contraigan. Su cuerpo puede parecer sometido a un tormento. En lugar de tener una muerte digna, tranquila, en paz. Que esto no es nuevo, no lo es, pero se ha venido agudizando.
Se acaba de dar a conocer que en México 20 mil niños viven con una enfermedad terminal, en su mayoría por algún tipo de cáncer, de los cuales el 80 por ciento no tienen acceso a fármacos, para cuidados paliativos, por la falta de presentaciones pediátricas. En muchos casos se les da de alta porque no existen condiciones en los hospitales para que mueran sin dolor.
Excusas, reparto de culpas al pasado, y justificaciones, son la respuesta diaria a todo lo que está ocurriendo. Es horrendo lo que está sucediendo. Que para los de la 4T no existe preocupación alguna, porque para eso están los hospitales Médica Sur, ABC, o en Houston, como se han venido mostrando en fechas recientes los llamados “austeros republicanos”. ¡Socialistas de caviar!
La respuesta que entre dolor y furia dió María Magdalena -madre de Fátima- a Claudia Sheinbaum: “No estoy loca. Cada una de ustedes que se burle, mañana puede ser sus hijas.”
Una vez más. Lo anterior nos lleva a recordar aquel sermón expresado, lo que posteriormente se convirtió en un poema, -hasta donde se sabe- desde un púlpito alemán en un día de Semana Santa en el siglo XVIII, por el pastor luterano Martin Niemöller:
"Primero vinieron por los socialistas, y yo no dije nada,
porque yo no era socialista.
Luego vinieron por los sindicalistas, y yo no dije nada,
porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los judíos, y yo no dije nada,
porque yo no era judío.
Luego vinieron por mí, y no quedó nadie para hablar por mí."
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