Han transcurrido trece años desde que el exvicepresidente de Estados Unidos Al Gore -en la administración de B. Clinton-, lanzó una llamado de alerta al mundo sobre la amenaza que representa el cambio climático. A través de un documental titulado “Una verdad incómoda”, Gore envió un mensaje contundente: “La mayor amenaza a la que se enfrenta la humanidad es el cambio climático”.
Reconocido como un comprometido activista medioambiental, fundador de diversas organizaciones sin fines de lucro, entre las que se encuentran Alianza para la Protección del Clima, Gore se hizo acreedor al Premio Nobel de la Paz, a un Oscar por el documental realizado y muchos otros premios más, sin embargo, la advertencia no ha sido tomada con la debida seriedad; la ardua tarea desarrollada para concienciar a la población mundial acerca de la amenaza del calentamiento global generado por la emisión masiva de gases de efecto invernadero de origen fósil provenientes de la quema de carbón, petróleo y gas natural continúan causando estragos ambientales, lo que resulta imposible de negar.
Gore, candidato demócrata para ocupar la Casa Blanca, derrotado por George W. Bush, predijo las consecuencias, las causas y los efectos de la actividad humana, que en su momento fue tachado de alarmista, sus presagios se han cumplido: temperaturas en ascenso, deshielo de los polos, fenómenos meteorológicos extremos, aumento del nivel del Mar, alteración de las corrientes oceánicas, lo que indica que en varias regiones del orbe no se han ejecutado del todo los compromisos suscritos en el Acuerdo de París.
El mundo iba hacia un calentamiento de 4 o 5 grados centígrados antes del Acuerdo de París. En la actualidad todavía estamos en camino hacia un incremento de más de tres grados C, lo que se considera como una perspectiva catastrófica.
No obstante que ha habido avances en la materia, específicamente en cuanto a la competitividad de las energías renovables, es evidente la falta de voluntad política en un gran número de gobiernos para estar dispuestos a eliminar la utilización de combustibles fósiles. Un claro ejemplo de falta de voluntad política en muchas naciones se refleja en que pese a que los costos para generar energía eléctrica por medio del viento y el sol han disminuido un tercio, existen administraciones empecinadas en el consumo de carbón y gas.
A excepción de Siria y Nicaragua, en diciembre de 2015, dentro de la Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático, 195 naciones firmaron el Acuerdo de París, con el propósito de que cada país, desarrollado o no, sin importar su PIB, establecieran metas para reducir las emisiones de dióxido de carbono, las dispersión de gases de efecto invernadero que contribuyen a aumentar la temperatura global.
El asunto del deterioro ambiental “está de moda”, por el hecho de que el 20 por ciento del pulmón del planeta, la selva del Amazonas, se consume por el fuego.
México tiene el fuerte compromiso de reducir 25 % de sus emisiones de gas de efecto invernadero, GEI, y de contaminantes climáticos de vida corta, CCVC, es decir, 52 % de GEI y 21 % de carbono negro. A reducir sus emisiones del sector industrial generando el 35 % de energía limpia en el año 2024 y 43 % al 2030.
Los escenarios del cambio climático para México son alarmantes, sobre todo porque el país carece de los recursos para enfrentar y mitigar los impactos de este fenómeno, además de poseer una elevada vulnerabilidad social, económica y política. Y es que un alto porcentaje de la población vive en zonas de riesgo, en viviendas precarias, en áreas con escasez de agua, en zonas con graves problemas de contaminación o depende de tierras de temporal. Los más pobres no cuentan con seguros ni asistencia médica, no tienen suficientes alimentos y carecen de algunos servicios. Todo esto los hace sumamente vulnerables a los efectos del cambio climático, señala la organización Greenpeace.
El Banco Mundial reporta que hasta 15 por ciento del territorio, 68.2 por ciento de la población y 71 por ciento del PIB de nuestro país se encuentran altamente expuestos ante los posibles impactos catastróficos atribuibles directamente al cambio climático.
Para tranquilidad del gobierno mexicano, a diferencia del Protocolo de Kioto -el acuerdo anterior-, en el Acuerdo de París los países pueden hacer cambios o ajustes según la situación interna; no hay penalización por no cumplir con las metas comprometidas. Lo grave de esto es que universidades de prestigio como Harvard, Notre Dame, California en Berkeley y otras, han calificado a México como altamente vulnerable a los embates del cambio climático. La afectación en la producción de alimentos puede significar el talón de Aquiles, comenzando por ahí.
¿Cuáles serán los resultados que presente México de los compromisos adquiridos y destinados a contrarrestar esta preocupante amenaza ?
Una vez más la verdad será incómoda, aunque se vuelva a repetir “yo tengo otros datos”.
rvazquez002@yahoo.com.mx |
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