"Envenenaron las mentes de sus oyentes", dijo la juez del Tribunal Penal Internacional para Ruanda en el año 2003, cuando procesó a los responsables y los condenó a cadena perpetua por genocidio e incitación pública a cometerlo. Fue el 6 de abril de 1994, fecha en que dos misiles alcanzaron el avión en el que viajaban el presidente de Burundi, Ciprian Ntayamira, y el de Ruanda, Juvenal Habyarimana. La radio local, "La Radio de las Mil Colinas" también conocida como la "Radio del Odio", inició una campaña de odio hacia los tutsis.
Se trató de una de las mayores brutalidades cometidas en la historia de la humanidad. El detonante, el factor fundamental para que la masacre se desatara fue la invitación al odio, al aborrecimiento entre unos y otros. El saldo: entre 800 mil y un millón de tutsis, y hutus -en menor cantidad-, asesinados con toda saña en cien días.
Casi el 11 por ciento de la población del país fue ejecutada en poco más de tres meses en 1994. Se afirma que sí llegó al millón el número de víctimas que murió, pertenecía a la etnia tutsi, que desapareció en un 85 por ciento a manos de los hutus. Los agredieron, los torturaron, los aniquilaron; la incitación era de exterminarlos.
Sin adentrarnos en profundidades de la situación que prevalecía en esos momentos en la nación africana, tuvo que ver con la posesión de las riquezas naturales del país. Los tutsis, en su mayoría ganaderos -posiblemente habrían sido etiquetados como fifís, conservadores, o ser parte de la mafia del poder-, habían sido favorecidos por los colonialistas alemanes, y cuando estos fueron derrotados, fueron sustituidos por los belgas, que siguieron con la misma política, en detrimento de los hutus. Así, mientras los tutsis recibían cierta educación y sus jefes eran alzados a puestos políticos, los hutus –agricultores- se veían limitados al acceso a las escuelas, a la enseñanza y otros derechos.
Es cierto, existía una marcada diferencia de condiciones de vida entre tutsis y hutus, sin embargo, vivían en un entorno que de ninguna manera hubiera justificado llegar a cometer un verdadero holocausto, alentado e iniciado por los constantes mensajes de odio que se enviaban a través de la radio, hasta que los convencieron de asesinarse unos a otros.
El odio entre los mexicanos está creciendo de manera alarmante. Dividir para reinar. Por un lado, son muy significativas las marchas del día de ayer en diferentes regiones del país, en especial en la Ciudad de México, para protestar por la actuación del jefe del Ejecutivo federal, del presidente López Obrador; por otro, la defensa ferrea que hacen los seguidores de AMLO, de tratar de ridiculizar, insultar y agredir verbalmente -hasta este momento- a todo aquel que no esté de acuerdo con las políticas de la llamada 4T.
Los mexicanos están cayendo en el juego. México está entrando a un terreno sumamente peligroso. "Divide et impera", táctica que utilizaron para consolidar sus imperios: Julio Cesar y Napoleón Bonaparte.
Que cada mañana se proyecten mensajes de odio, de desprecio, de aborrecimiento entre los mexicanos en definitivo no nos va a conducir a nada bueno; lo delicado es que van a continuar. Lo extremadamente preocupante es que la repugnancia entre la población puede seguir creciendo. Peor todavía: el tono y sentido del discurso de odio se reproduce en los estados y municipios.
El genocidio ocurrido en Ruanda, en definitivo fue un hecho censurable, que más allá de estar condicionado por motivos abyectos o, para ser más preciso, se debió a la rabia generada hacia una determinada colectividad lo que provocó la barbarie de narraciones escalofriantes.
En aquel lamentable suceso en Ruanda, la radio era el medio de mayor acceso a la población. Hoy en día en nuestro país, es la radio, la televisión, los medios de comuncación digitales e impresos, las redes sociales, los encargados de transmitir de inmediato los mensajes de cualquier tipo; a mayor velocidad a través de las redes si son mensajes de furia.
Seguir cayendo más hondo en el juego, es sumamente peligroso.
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