Víctimas de la descomposición y falta de voluntad política, los mexicanos están transitando de la esperanza a la desesperación; omisiones, acciones fallidas y falta de reacción -inmediata ante situaciones que lo ameritan-, están acabando con la acariciada ilusión de un mejor porvenir. La cadena de incongruencias que sujetan el ancla que han colocado a este país se está haciendo cada día más pesada, absurdos eslabones hieren el tejido más sensible de la sociedad. Espantosamente indiferentes al dolor humano por quienes supuestamente conducen la nave que zarpó sin rumbo, para finalmente quedar fondeada.
La Organización Mundial de la Salud, OMS, afirma que “La salud es un estado completo de bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones y enfermedades”; por lo tanto, más allá de patologías, la salud abarca diversos factores que intervienen en la calidad de vida de todo ser humano.
Para la Organización de las Naciones Unidas, ONU, un lugar plagado de amenazas en múltiples frentes, provoca crisis complejas que entrañan múltiples formas de inseguridad humana. Cuando esas formas se solapan, la inseguridad puede crecer de manera exponencial e invadir todos los aspectos de la vida de las personas, destruyendo comunidades enteras y cruzando las fronteras nacionales.
Salud y seguridad, dos áreas fundamentales que abarcan diversos factores de la vida de las personas, que de no ser atendidas, destruyen comunidades enteras.
Tales aseveraciones podrían resultar obvias, innecesarias de mencionar, en efecto, no habría necesidad de recordarlos, mas lo que está ocurriendo en México obliga a puntualizar la trascendencia, que los efectos de no atender como es debido las crisis de inseguridad y salud que se viven, pueden llegar a destruir comunidades enteras de manera gradual. Vale la pena recalcar ese riesgo.
Se ha vuelto cotidiano enterarnos que en el hospital de determinada localidad, en una u otra entidad, se sufre desabasto de medicamentos de quimioterapia para combatir el cáncer. Niños y padres de familia tienen que salir a la calle a reclamar y suplicar con llanto, de manera humillante, que les proporcionen los medicamentos necesarios para que la interrupción del tratamiento no se prolongue y las posibilidades de recuperación no se vean disminuidas. ¡Queremos vivir! Es una súplica constante.
Las declaraciones oficiales rebasan la insensibilidad y caen en la indolencia total: “voy a ordenar una investigación”, “ese problema ya se está atendiendo”, “no tiene porqué haber desabasto de medicamentos”, “los medicamentos contra el cáncer no urgen, los niños pueden esperar, no hay riesgo”.
“Niños con cáncer no tendrán problemas de medicamentos el resto del año”, fue una más de las mentiras que eructó el secretario de Salud, Jorge Alcocer hace dos semanas. La gravedad del problema es que el desabasto de medicamentos continúa. Como ya se dio a conocer, lo peor puede estar por venir, que de no llevar a cabo la tramitación de importación de medicamentos, podría resultar fatal, sin que nos atrevamos a imaginarnos qué cantidad de inocentes estarían en riesgo de perder la vida, debido a que las autoridades no atiendan este problema, porque a las empresas de fármacos les negaron los permisos correspondientes para seguir fabricando medicinas, en procesos de elaboración que se pueden llevar cuatro meses. Como lo han explicado, los medicamentos no se fabrican y se guardan en anaqueles como si fueran zapatos. Al día de hoy no hay ningún programa emergente en marcha que garantice el abasto de medicamentos a pacientes. “Trovadores” de mentiras.
Los pacientes de cáncer lamentablemente no son los únicos que sufren este problema, también lo padecen los de VIH, enfermedades renales, pacientes de neurología y de otro tipo.
En materia de inseguridad es igual o peor de terrible. Los abrazos y las garantías individuales son para el crimen organizado; las humillaciones son para la única y última esperanza que tenía la población: las Fuerzas Armadas. Los desprotegidos y los que viven en la zozobra constante son los ciudadanos en general; para quienes han padecido un secuestro, un homicidio u otra forma de atentado, se han esfumado las posibilidades de justicia, porque los criminales son “pueblo bueno y sabio” que “no deben ser objeto de castigo”. Con un simple “fuchi” o “guácala” es una dura reprimenda, es más que suficiente.
El fenómeno del apapacho a la delincuencia organizada los está alentando y ocasionando que el indice de secuestros, ejecuciones, desapariciones, feminicidios, cobros de piso y demás formas de delito se disparen. Cifras oficiales demuestran una vez más que estábamos mejor cuando estábamos peor.
El país entero permanece estupefacto, boquiabiertos al observar el grado de humillación que han llegado a aceptar los elementos castrenses. Es un signo alarmante y preocupante en extremo, expresa en voz alta la población en cualquier rincón.
Pese a la gravedad de lo que está sucediendo, la 4T va a echar la casa por la ventana para celebrar el Grito de Independencia.
¡Cuál sufrir si no hay dolor!
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