Esa mañana observaba atento y preocupado lo que se daba a conocer en la televisión, -así lo entendió “El Comandante” por la trascendencia del anuncio-. Los canales de televisión abierta transmitían la conferencia completa. El motivo de la reacción se debió a la ola de violencia que azotaba varias regiones del país, se había prolongado, por lo que se informaba a los mexicanos que a partir de las primeras horas de ese día se había puesto en marcha una estrategia de combate contra la delincuencia organizada.
–Me pude dar cuenta que el comandante en jefe de las fuerzas Armadas –el verdadero- estaba muy molesto con los gobernadores, igual que con los superdelegados correspondientes, en cuyos estados se había salido de control la inseguridad. Las justificaciones y la repartición de culpas les habían dejado de funcionar. Además de no haber hecho los ajustes necesarios en sus gabinetes estatales. Los grupos de autodefensa se estaban multiplicando a gran velocidad.
–Mientras escuchaba la conferencia, mis escasos conocimientos aprendidos sobre política eran suficientes para al mismo tiempo sacar conclusiones Era obvio que alguien había aconsejado al protagonista de la mañanera, que en algunas entidades ya se había caído en la ingobernabilidad, con el riesgo de extenderse a otras regiones.
–Sin dar detalles, los responsables participes del operativo de lucha frontal contra la violencia notificaban acerca de la coordinación interinstitucional. Esta vez proporcionaban datos precisos, nombres y apellidos, exhibían imágenes de jefes de plaza y varios participantes de distintos cárteles detenidos; un alcalde y algunos elementos policíacos coludidos y aprehendidos en la operación realizada pocas horas antes. Se notificaba que se había creado un área de inteligencia exclusiva para ese propósito, que en el debut había arrojado los primeros resultados.
–Era evidente la molestia, por los reclamos: el turismo se observaba en caída libre, lo mismo que las cifras de inversión nacional y extranjera, noticia que había leído en los portales días antes. La presión era demasiada. Se notaban rasgos de disgusto porque en lo subsecuente ya no habría conferencia diaria; esta se llevaría a cabo cada semana.
–También había escuchado en los noticieros que uno que otro de los legisladores federales y locales se habían despojado de la modorra. Bueno, hasta la senadora Jesusa Ramírez había dejado de lanzar ocurrencias; había parado de despreciar a quienes comen tacos, de insultar a quienes profesan el catolicismo, de ofender a las mujeres; la senadora Jesusa hizo a un lado los disparates y se dio valor para alzar la voz en favor de la paz.
–Había transcurrido poco más de una hora de conferencia cuando el Uno pegó un fuerte manotazo sobre el atril que hizo saltar a todos los presentes, con un ¡Ya basta! Como ustedes acaban de escuchar –con voz enérgica se pronunciaba el jefe del Ejecutivo-, los mexicanos, el pueblo bueno y sabio está harto de la violencia, exigen seguridad, quieren caminar en las calles y conducir en las carreteras con tranquilidad.
–En ese preciso momento contesté una llamada en la que me gritaban: ¡Pélate por la ruta tres en la moto, tienes cinco minutos! -Mi corazón latía con mayor rapidez a la vez que a lo lejos alcanzaba a escuchar:
¡Despierta cabrón, despierta, qué te pasa!
Entre el pesado sueño, las cervezas y las grapas que se había metido cuatro horas antes, “El Comandante”, jefe de plaza de uno de los siete cárteles activos en el estado, pudo oír los gritos y sentir los manotazos de su más allegado. Sudoroso y tembloroso, reaccionó, abrió los ojos.
–Ay cabrón no mames. Menos mal que fue un pinche sueño –exclamó “El Comandante”- al mismo tiempo que su respiración se estabilizaba.
Le contó a su subalterno los pormenores de la pesadilla que había tenido, hasta concluir.
–¿Sabes qué fue lo que realmente sucedió? No sé si sepas de lo que te hablo pero te lo voy a decir: que a alguien se le ocurrió decir que los que nos dedicamos a esto formamos parte del neoliberalismo. Ahí empezó todo.
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