¿Cuántos y quiénes de los alcaldes delegacionales de la Ciudad de México que este lunes protestaron guardar y hacer guardar la Constitución federal, la Constitución local y demás leyes, podrían estar coludidos con el crimen organizado que ha puesto en zozobra a los capitalinos?
Las imágenes que exhibían al fatídico exgobernador Javier Duarte de Ochoa al momento de ingresar al Reclusorio Norte, muchos debieron haber pensado que la escena revelaba el crepúsculo de su existencia política, social y posiblemente terrenal. Pudo haber sucedido que no se le presto la suficiente atención a la sonrisa irónica del admirador del dictador Francisco Franco, ni la debida interpretación. Duarte de Ochoa transmitía en esos instantes lo que sucedería posteriormente: que su encarcelamiento sería transitorio; tan fugaz como lo fueron los recursos públicos de los veracruzanos con los que se debieron haber construido hospitales, escuelas y todo tipo de obra en beneficio de la población. En lugar de eso el dinero se gasta e invierte en Londres, Houston, Madrid, Ciudad de México y en muchas otras latitudes.
A estas alturas resulta muy complicado captar con precisión de qué lado o grupo juega determinado actor político; es muy difícil e inexacto saberlo. La hediondez en la atmósfera política se esparce como un potente virus dañino.
En los últimos años, los veracruzanos han confirmado que cada Legislatura que concluye deja su sello “distintivo” como recuerdo; una conmemoración permanente de esa maldita zanja cada vez más ensanchada entre parlamentarios y ciudadanía. El distanciamiento entre las mieles del poder y las necesidades y problemática de quienes les otorgaron el voto para poder ocupar una curul.
La LXIII Legislatura local, la anterior, la que todo le autorizaba, le justificaba y le celebraba a Javier Duarte; lo que sucedía en la entidad lo negaban o desvirtuaban, además de todo eso, los diputados construyeron su muro; se adelantaron a Trump que pretende construir uno en la frontera norte. Los legisladores veracruzanos mandaron a instalar malla conocida como concertina sobre la barda perimetral de la sede del Congreso, en Xalapa; un cerco consistente en filosas cuchillas tipo arpón y tipo bisturí. El objetivo se centró en evitar a como diera lugar el riesgo que significa el contacto de los ciudadanos para los diputados. Y así quedó.
La actual Legislatura local, la número LXIV, no ha desaprovechado la oportunidad para dejar desdichados recuerdos. Aparte de los escándalos, del gris desempeño en la gran mayoría de los diputados, para cerrar con broche de oro revivieron la “Ley Duarte”, abortada por la Suprema Corte de Justicia de la Nación en junio de 2013, por considerarla anticonstitucional, con la que se había creado el delito de perturbación del orden público para castigar afirmaciones falsas a través de cualquier medio, incluidas las redes sociales.
Esta vez, los diputados locales le dieron RCP a aquella fallida Ley: la reanimaron, ampliaron, le devolvieron la vida y la aprobaron.
Conocida como “Ley Antimemes”, en esta ocasión la iniciativa fue presentada nada menos que por el diputado por el distrito Poza Rica, José Kirsch Sánchez, un legislador de pobre desempeño, de yerros constantes y desafortunadas declaraciones, a quien el PRD lo hizo diputado, hoy convertido a morenista.
Lo que ha llamado la atención es que la resucitada “Ley Duarte”, en la actualidad no se ve que vaya a ser derogada. Se prevé que únicamente le hagan algunas modificaciones y le den largas. Pero de que va, va.
Si alguien llegó a pensar que Javier Duarte de Ochoa estaba acabado, el desarrollo de los acontecimientos podría demostrar todo lo contrario. Le Ley que él creo fue resucitada.
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