Por Rafael Arias Hernández
Aquí estamos, rememorando a un hombre de leyes, caballero de la justica, maestro y conferencista universitario y, antes y después de todo, a un gran ser humano.
Como en todas ocasiones ha sido, es y será, uno de los rituales obligados, de las despedidas sentidas. Llegar y partir caracteriza el ciclo de la vida de todos.
Aquí estoy y hablo de Luis Octavio, cordobés de nacimiento (1938), reconocido jurista y servidor público ejemplar, evocando recuerdos, enseñanzas y vivencias, que para muchos se quedaron ahí, para siempre
Al evocarlo, en su reciente fallecimiento, estamos juntos, un paso antes o atrás, en la prudencia que la pertinencia que el momento aconseja, para no ser inoportuno.
Aquí estamos y no nos esfumamos, ni nos perdemos en innumerables recuerdos. La penumbra de los hechos muestra un principio y un final de su existencia.
Vemos y percibimos el dolor de la partida, la expresión del adiós o el hasta luego, de familiares y amigos.
Destaca, el notorio reconocimiento de sus pares, de quienes dedican su vida a la existencia y vigencia del Derecho, de la Justicia como ideal supremo.
Pero esta vez, no se abundaré en ese tipo de merecidos méritos académicos, ni de la destacada carrera que le caracterizó como funcionario público y profesional del derecho.
El silencio interviene y habla. Aguardo, y respiro profundo, en el dolor y la obscuridad de la ausencia, para expresar mi sentir y mientras reflexiono, compruebo que se ha ido una generosa y singular persona.
Y también me pregunto. ¿Cómo decir que la inevitable y esperada desaparición duele?
Para probar y comprobar, una y otra vez que, cuando un amigo se va y se despide de esta vida, no parte todo ni para siempre.
Atrás quedan sus obras y acciones, sus mensajes y recuerdos, sus influencias y enseñanzas; y sobre todo, su singular calidad humana.
Desde siempre, las palabras no son suficientes para describir esa ausencia, esos vacíos que causa una existencia, cuando deja de ser en su forma material.
Oportuno preguntarnos, ¿qué decir amigo, que mencionar frente a la memoria que siempre te hace y hará presente?
Cada uno de los que te conocimos y tratamos tiene sus propias respuestas, de acuerdo a las situaciones y vivencias, experimentadas o vividas juntos. Todos te ofrecemos merecido reconocimiento.
Pero también, de la diversidad y variedad, se llega a la concurrencia, donde todos coincidimos, en la calidad de ser humano que caracterizó su existencia.
Ahí están y estarán los tuyos, los que amaste y te amaron. Tu esposa Josefina, tus hermanos Silvia y Adalberto y, desde luego, todos tus hijos, nietos y sobrinos, que te recordarán por siempre; a nuestra manera, se sabe que nosotros, tus amigas y amigos, también lo hacemos.
En fin, palabras y explicaciones son insuficientes.
Los lenguajes enmudecen y la intención se queda corta, ante la obligada despedida y el inmenso peso del silencio y la ausencia que avanzan. Solo quedan las luces de los recuerdos y los múltiples senderos de la remembranza.
A Dios amigo, encargamos tu memoria y el recuerdo de tu humana existencia.
Con el afecto y respeto de siempre, mi esposa Rocío; mis hijas Mitzi y Yetzi. Mis nietos: Mitzi, Rafael, Alejandro, Emilio y Mateo. Mis hermanos y toda mi familia te recordamos y tenemos presente. Cuando un amigo se va…
Rafael Arias Hernández.
Xalapa, Ver. 6 o 7 de septiembre de 2021. |
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