“¡Ay, qué tiempos, señor don Simón! es una película mexicana de comedia de 1941. Dirigida por Julio Bracho y protagonizada por Joaquín Pardavé, Arturo de Córdova y Mapy Cortés, retrata y satiriza la vida de México a principios del siglo XX durante la época del Porfiriato”, (Wikipedia). Los tiempos políticos hogaño guardan poca semejanza con los de antaño, particularmente por el comportamiento del presidente de la república manifestado en su acentuada injerencia en el proceso electoral para atacar a sus adversarios políticos y a la vez favorecer a su partido. Aparte de violatoria de las leyes electorales, pero confiado en el fuero que lo protege, no escatima adjetivos para endilgarlos a quienes critican a su gobierno, olvida que constitucionalmente es el presidente de todos los mexicanos y su juramento de respetar y hacer respetar la constitución “y las leyes que de ella emanen”. Pero esa actitud presidencial ya se “normalizo” y a cinco meses de concluir su periodo y con la elección de la sucesora en puerta ya no se espera un cambio en el irregular comportamiento del presidente. Sin embargo, ese precedente es inadmisible e indeseable y pasará a la historia no como un retroceso en la evolución política del país, como un lamentable ejercicio antidemocrático operado justamente en la sede del olimpo mexicano.
Muchos años en la protesta callejera son fuente de desanimo y amarguras, algo en el fonde del alma se descompone y genera severos resentimientos, pero cuando las circunstancias procuran el tránsito de la manifestación de protesta hacia la cumbre del poder por la ruta de las leyes y las instituciones, se antojaría hasta lógico conceder importancia a la hora del relevo, de cerrar el ciclo, implementando operativos para entregar el mando al relevo institucional; per, en contraste, observamos cómo se endurecen las estrategias para retenerlo. Además del presidente y de legisladores, nueve entidades federativas cambian de gobierno, si hace algunos meses Morena presumía de llevar ventaja en buen número de esas entidades, ahora la percepción es muy otra. La CDMX, Morelos y Veracruz se suman a Yucatán, Jalisco y Guanajuato como probables ganancias para la oposición. En Guanajuato, matan a la candidata de Morena a la alcaldía de Celaya y de pronto le llueve el golpeteo político al gobernador panista de ese estado, no por cierto por la lamentable perdida de su candidata en Celaya, sino para acentuar los índices de inseguridad y de violencia en Guanajuato con animo de desestabilizar a su gobierno haciéndolo parecer como débil e irresoluto. No se dice nada, de la violencia en Guerrero, Michoacán, Chiapas, Morelos, Veracruz, etc., todos con gobiernos de Morena. Y queda para el anecdotario de lo absurdo, la propuesta de congresistas referente a anular elecciones en todo lugar donde se asesine a un candidato, sin percatarse o quizás para eso, que de esa forma dejan vía libre a la delincuencia para atentar contra cualquier candidato que no se someta a sus dictados. Estas son las circunstancias del México de 2024, en plena coyuntura de elegir el destino inmediato del país. Y no se trata solo de saber elegir, también de cuál de las estrategias en juego saca la mejor parte. Aquella frase del “clásico” veracruzano “Vamos bien y viene lo mejor” no tenía bases ciertas, ahora tampoco. |
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