Hasta ahora el eje del control político nacional ha girado en torno del presidente López Obrador, nada de lo relativo al acontecer político le es ajeno y es evidente que hace lo imposible por aparecer como el factótum fundamental de ese acontecer, pese al muy cercano finiquito de su periodo constitucional, pues está a solo dos meses y días de transferir la banda presidencial a su sucesora. AMLO se imagina y pretende incubar la idea de que fuera de México su poder se percibe y acata con el mismo timbre de absoluto que impera en el interior, por eso declara que “no recibirá a ningún jefe de Estado” de los que asistan a la toma de posesión de Claudia Sheinbaum “porque no tiene tiempo”, como si en verdad los mandatarios fuereños aun conservaran interés de entrevistarse con quien ya va de salida. Con esa lógica beligerante, AMLO intenta que el New York Times o el Wall Street Journal caigan en el garlito, se enganchen, y respondan a sus críticas haciéndole “el caldo gordo”, pero, obviamente, la respuesta nunca llegó, o más bien adoptan la actitud estratégica de quien aguarda el momento oportuno para lanzar sus misiles, porque, como se ve, las críticas de López Obrador contra esos medios de comunicación se asemejan a fuegos fatuos, chinampinas, pues, contra el efecto de obuses de orden internacional que caracterizan a sus publicaciones. He allí un frente que está abierto y preocupa al líder de Morena, que por ahora tiene todavía el micrófono abierto para responder, pero quedarán en silencio a partir de octubre próximo. Semejante a las laboriosas hormigas el presidente de México ha venido construyendo un muro de defensa en torno suyo, personalizado por quienes de sus más cercanos integrarán el equipo de Claudia Sheinbaum, también fortaleciendo sus nexos con MORENA donde tiene control absoluto sobre sus cuadros. Y en el Congreso, senadores y diputados ¿a cuál fuente de consigna atenderán? Debe suponerse que, a la presidencial, lo contrario será fuente de seria confrontación de orden transexenal.
La experiencia histórica demuestra que el gremio de comunicadores tiene vigencia de mayor alcance que el de la clase política, por razones intrínsecas a sus funciones esta última es más perecedera que la del comunicador, esta condición pudiera constituir una desventaja para el político, según haya sido su interlocución con los medios. Un caso para ejemplificar es el de Fernando Gutiérrez Barrios, quien gobernó Veracruz solo dos años, y cuando en 1988 pidió licencia para desempeñarse como Secretario de Gobernación de Salinas de Gortari, en Veracruz un gran sector de medios de comunicación lo calificó como “el mejor gobernador de Veracruz”, nada más lejos de la realidad pero ese fue el común denominador respecto a Gutiérrez Barrios; obviamente, el contraste lo hubiera ocasionado el hecho de si en vez de ir a gobernación hubiera salido hacia el ostracismo. La reflexión viene a cuento por la ácida y muy tirante relación de AMLO con un gran sector de medios de comunicación y columnistas que lo enfrentaron ahora de presidente aún con la desproporcionada correlación de fuerzas, pero ya fuera de Palacio Nacional esa formula pudiera invertirse o cuando menos nivelarse. Sin duda, López Obrador está consciente de haber pisado callos y hasta vidrios, y que necesariamente habrá respuestas, de allí sus requerimientos para blindarse en cualquiera de las dos hipótesis: la de irse a Palenque a descansar, que es la menos probable, o la de permanecer atento al cumplimiento de los objetivos de su proyecto, incluso con el riesgo de generar molestias en los nuevos centros del poder y provocar cortocircuitos políticos. Ya falta menos para comprobarlo. |
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