Aunque muchas de las actitudes, acciones y discurso del presidente López Obrador se asemejan a los escuchados de un presidente de los años setenta del siglo pasado, las circunstancias objetivas nos hablan de ciertos cambios en el contexto político nacional, uno merecedor de ser destacado es el trato que recibe AMLO de sus opositores políticos y representantes de medios de comunicación, pues cuando se refieren dichos presidenciales que no se corresponden con la realidad los tachan abiertamente de mentiras. Por supuesto, también antaño los presidentes informaban de obras inexistentes, pero el respeto a la investidura presidencial acallaba cualquier indiscreción en contrario; aun así, ya en su calidad de exmandatario recibía fuertes dosis de metralla, incluso de aquellos a quienes había otorgado cordial trato, cuestión de naturaleza humana. No sucede igual ahora que el presidente de la república ha descendido a un nivel de interlocución donde es blanco fácil del ataque de sus antagonistas; nunca como ahora un titular del Poder Ejecutivo federal se había confrontado abiertamente contra comunicadores, intelectuales, científicos, literatos, etc. Pero en el caso actual, el presidente que pretende pasar a la historia nacional como un gran adalid emparejado con Hidalgo, Juárez y Madero, cometió un error básico, metafóricamente equivale a pelearse con la cocinera: fraguó una confrontación abierta y virulenta con quienes se encargan de escribir la historia, si esta conjetura no es acertada, dejemos que el tiempo se encargue de correr la cortina.
Pero también somos testigos de una circunstancia cuya veracidad es incontrastable: durante el predominio priista, y aún en las sucesiones presidenciales del panismo, si bien por razones del obligado relevo sexenal, pudimos observar que al llegar el sexto y último año del mandato el presidente perdía poder a partir del momento en que se destapaba el candidato a sucederlo, entonces se producía el fenómeno de la transfusión del poder: en la proporción que lo perdía el presidente lo ganaba el candidato, y todo en santa paz. Ahora testimoniamos una realidad política diferente porque es manifiesto que, si bien el presidente vive el ocaso de su gestión, aún mantiene el poder político, es decir, no lo transfiere a su candidata- Y si profundizamos un poco más en ese fenómeno podemos advertir el quebranto que ocasiona a la candidata de su partido el declive del poder presidencial, o sea, no le transmite el poder, en cambio sí los factores que lo van menguando. Si esto último es debido a la conducta (¿estratégica?) de entera sumisión de la candidata, en los resultados electorales encontraremos la respuesta. Por otro lado, en el inicio de este comentario categorizamos este fenómeno como un producto de nuestra evolución política, pero esa hipótesis está sujeta a comprobarse, porque también pudiera ser una regresión, o acaso todo pudiera reducirse al estilo de gobernar de López Obrador. Ya falta menos para comprobarlo, porque estamos a punto del despegue y conviene abrocharse el cinturón. |
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