por
Alfredo Bielma Villanueva
El discurso de López Obrador en el Zócalo de la CDMX apenas después de ser ungido presidente de los Estados Unidos Mexicanos en sesión solemne del Congreso de la Unión fue prodigo en promesas, empezando por el compromiso de cumplir y hacer cumplir la Constitución política y las leyes que de ella emanan. Había ganado la presidencia con más de 30 millones de votos ofreciendo un proyecto de nación que acabaría con la pobreza en México, con la inseguridad, con la violencia, y acarrearía enormes beneficios para todos los mexicanos pues alcanzaríamos la soberanía energética, la soberanía alimentaria, bajaría el precio de los combustibles, creceríamos económicamente a un ritmo del 6 por ciento, se acabaría la corrupción, las fuerzas armadas volverían a sus cuarteles; después imaginó un sistema de salud como el de Dinamarca, cuando solo le restan cuatro meses de su mandato, pero ya encarrerado ahora dice que será el mejor del mundo. Otros muchos ya han hecho el recuento de las asignaturas que quedarán sin resolver, entre ellas todas las arriba enumeradas. Pero se dedicó a ser presidente solo para quienes han sido sus obsecuentes seguidores y ha sido muy pugnaz contra quienes no coinciden con sus planteamientos y políticamente son sus opositores, no fue “el presidente de todos los mexicanos” porque excluyó procazmente, asaetándolos, a los “fifis”, a los conservadores” a “los traidores”, a “los corruptos”, en una palabra polarizó a la nación con las graves consecuencias que esa patología política pudiera traer.
Por ese contexto podemos explicar las movilizaciones masivas de ciudadanos habidas durante este sexenio, y lamentablemente también de la violencia encendida apoderada ya de gran parte del territorio nacional cuya virulencia alcanza funestamente al proceso electoral más grande de que tengamos memoria en el país; hasta el día 17 del mes en curso 30 candidatos a cargos de elección popular habían sido asesinados, ayer mismo balearon a la candidata a alcaldesa de Ocoyoacac, en el estado de México y en Chiapas dos candidatos más sufrieron atentados sangrientos, signos manifiestos de un Estado sin capacidad o sin voluntad para combatir la violencia en el país. En Veracruz, por si no bastara la elevada sospecha de una ilegal intervención gobiernista en el proceso electoral veracruzano, de los llamados Siervos de la Nación utilizados como promotores del voto y a su vez para inhibirlo según la región, ahora, ya sin asomo de prudencia, o por acción desesperada, personal de tránsito intervino para detener o impedir el paso de simpatizantes de Pepe Yunes a su encuentro colectivo en Yanga. Expresiones como la “Marea Rosa” afloran en la piel de la nación, son manifestaciones públicas abiertas que expresan el rechazo a una forma de gobernar que polariza a conciudadanos, pero otro movimiento, callado y subrepticio subyace tras los entretelones de este proceso electoral, es la lucha por retener el poder, ojalá no sea a costa de la vía pacifica inherente a toda elección democrática. |
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