En nuestro país, el gobernante en funciones empieza a sentir que el poder político se le va escurriendo en las cercanías de su completo ocaso; en nuestro país es en el sexto año, o excepcionalmente antes, cuando comienza el declive del poderío gubernamental, y colateralmente las fuerzas opositoras adquieren renovados bríos para cobrarse las embestidas que sufrieron durante los años dorados del gobierno. Pero también es tiempo en el cual, todopoderoso aún, el presidente puede reaccionar aplicando medidas enérgicas y hasta arbitrarias. Así, se vio en 1976, último año de la administración echeverrista enfrascado en fuerte encontronazo con el empresariado del país, y cuando el 19 de noviembre se expidió el decretó expropiatorio de 37 mil hectáreas del Valle del Yaqui, también conocido como “el granero de México”, esto a días de entregar la banda presidencial a López Portillo. Un año antes, 1975, el presidente expulsó del paraíso celestial a Carlos Armando Biebrich, gobernador de Sonora gracias al respaldo presidencial, pero cayó de la gracia del semidios y fue defenestrado de su cargo. Y qué decir de la devaluación del peso (de 12.50 a 22 pesos por dólar) decretada el 31 de agosto de 1976 y aplaudida por el Congreso General en el sexto Informe presidencial del 1 de septiembre de ese año. Similar experiencia ocurrió en el sexto año de López Portillo y justamente con la misma piedra, la clase empresarial, procediendo a estatizar la banca comercial en medio de una fuerte devaluación e inflación descontrolada, todo con el sumun de la corrupción. No son únicos estos casos, a Fox Calderón le ganó la candidatura y con Peña Nieto fue el acabose.
“Me atacan sin ton ni son”, “soy el presidente más atacado”, dice victimizándose López Obrador, a quien le faltó tiempo y oportunidad para culminar los cambios que hubiera querido realizar durante su mandato, según ha dicho. Ahora se encuentra frente al fin de su periodo de gobierno y sin duda siente los saetazos provenientes desde la oposición política y de sectores de la población inconformes con la aplicación de sus políticas públicas, incluso en la clase empresarial aparentemente domeñada late un sentimiento de animadversión ya inocultable, Legarreta y el señor Salinas son solo puntas de ese iceberg. Obviamente, el presidente lo sabe, cuenta con información de privilegio ¿actuará con similar ímpetu al de Echeverría y López Portillo? Su pecho no es bodega y ya avisó lo que viene, la metralla pudiera desatarse con el anuncio presidencial prometido para el 5 de febrero, acaso sea premonición de la primera estocada. |
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