por
Alfredo Bielma Villanueva
La comedia en el teatro traduce con precisa emulación los asuntos cotidianos de la vida real y en no pocas ocasiones con risas refleja las situaciones más dramáticas, o con lágrimas expresa momentos de sublime felicidad. Por su contenido no parece extraño que Dante Alighieri haya titulado su obra maestra como Divina Comedia, o que Honorato de Balzac (1799-1850) trascendiera a su época por el excelente retrato que hizo de la sociedad de su tiempo en “La Comedia Humana”. Balzac, icono de la novela realista francesa del siglo XXI no alcanzó la meta de escribir 137 historias para abarcar el momento histórico de la caída de Napoleón hasta la monarquía de Julio, pero legó en 85 novelas el retrato humano de su época. Quienes de todo eso saben sostienen que la Tragedia es el género opuesto a la Comedia, aunque también circunstancialmente se combinan y dan origen a la tragicomedia. Aunque, según se quiera ver, la comedia y la tragedia son versiones alternas a la realidad porque la reflejan y sirven de catarsis aliviadora al genero humano. Lo cierto es que la realidad misma es una tragicomedia por lo que no es coincidencia el salto a la historia de los llamados “Trágicos”: Esquilo, Sófocles y Eurípides; muchas de sus enseñanzas refieren a hombres en el poder sufriendo las consecuencias de sus acciones: «Al que un dios quiere perder, le quita primero el juicio» dice Sófocles en Antígona. Y agrega: «Y podría yo confiar que un ciudadano sabe mandar, cuando está dispuesto a obedecer y a permanecer en la tempestad del combate, allí donde se le ha ordenado, como fiel y buen compañero. En cambio, no hay mal mayor que la anarquía: ella destruye las ciudades, ella solivianta las familias, y pone en fuga desbandada las lanzas aliadas. Más entre los vencedores, la que salva la multitud es la disciplina. Así, hay que apoyar las disposiciones de quienes mandan y no dejar de ningún modo que una mujer nos venza.» «La fortuna levanta y la fortuna derriba en todo momento al dichoso y al desdichado”. Es rica la veta de enseñanzas de los grandes clásicos y de otros ilustres literatos, Shakespeare entre ellos, y qué decir de Goethe, de quien copiamos en Werther: “¡Qué pobres hombres son los que dedican toda su alma a los cumplimientos, y cuya única ambición es ocupar la silla más visible de la mesa! Se entregan con tanto ahínco a estas tonterías, que no tienen tiempo para pensar en los negocios verdaderamente importantes… “¡Necios! No ven que el lugar no significa nada, y que el que ocupa el primer puesto hace muy pocas veces el primer papel. ¡Cuántos reyes están gobernados por sus ministros! ¡Cuántos ministros por sus secretarios! ¿Y quién es el primero? Yo creo que aquel cuyo ingenio domina al de los demás, y por su carácter y por su destreza convierte las fuerzas y las pasiones ajenas en instrumentos de sus deseos”.
La historia del hombre en el poder está curtida de momentos trágicos, díganlo si no Andrés Manuel López Obrador, Juan Carlos, el rey Emérito de España y Salinas de Gortari, entre muchos otros en México. Aquí en Veracruz la tragedia se enseñoreó en el periodo de gobierno de don Rafael Hernández Ochoa, quien nos gobernó de 1974 a 1980, pues en diferentes accidentes aéreos murieron tres de sus Directores: Alfinio Flores, de Salud, el Ing. Vergara, de Agricultura, y Saez Biensobas, de Ganadería, y en sendos accidentes carreteros: Lárraga Pérez de enseñanza media, José Lizardi, de industria y comercio y Octavio Ochoa y Ochoa, de Tránsito. Más aún, años más tarde, don Rafael Hernández Ochoa murió también en accidente carretero cuando viajaba de Querétaro a la CDMX. Sobre por qué la realidad supera a la ficción, que lo averigüe Vargas, decía el clásico. |
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