A lo largo de nuestra experiencia histórica como país encontramos un titipuchal de casos relativos al desmedido patrimonialismo en el ejercicio del poder político, la Colonia es fuente inagotable en donde concursaron por igual gobernantes como “distinguidos” gobernados en desaforada búsqueda de riquezas mal habidas. Ya instalados en el siglo XX no es casual que destaque el presidente Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958) por su reconocida austeridad en su forma de vivir y de conducirse ya en su etapa de expresidente; sin embargo, una golondrina no hace verano, pues no pocos de sus pares exhibieron una voracidad ilimitada en el manejo y aplicación del recurso público, lo cual dio cabida e hizo famosa a la frase: “En México cada seis años hay una comalada de nuevos ricos”, atribuida al expresidente Emilio Portes Gil (1928-1930). Aplicable en toda su dimensión acá, en la aldea jarocha, según hemos podido comprobar en el decurso de gobiernos estatales.
De eso da prueba manifiesta el interminable vía crucis por las ventanillas de los juzgados de no pocos ex colaboradores de Javier Duarte de Ochoa (2010-1016), quien paga con cárcel la desmedida sustracción de dinero público para llenarse las alforjas familiares. El de este exgobernador es asunto clásico por su reciente acaecimiento, y porque todavía seis años más tarde de su graciosa huida del poder buen numero de quienes integraron su pandilla en el gobierno enfrentan riesgo carcelario, otros emprendieron la fuga fuera del país y con el forzoso desarraigo pagan parte de su enorme culpa. Pero esta camada de “servidores públicos” forma parte de una generación de jóvenes a quienes el antecesor de Duarte, y a éste mismo, sobre todo, sirvió de gran maestro en eso del uso patrimonialista del poder ¿Quién no recuerda que en el último año de aquel sexenio 2004-2010, cuando la fuerza del huracán Andrés azotó Veracruz, la crecida del rio Atoyac derribó el “Puente Amarillo” recientemente inaugurado? La Auditoría Superior de la Federación descubrió que el costo de construcción se había “cargado” en la nómina de los recursos federales, pero ya se había informado como obra de recursos estatales. ¿Y la bursatilización para pagar la deuda pública? ¿Y el Túnel Sumergido de Coatzacoalcos? ¡Cáspita! Qué tragicomedia.
Para acabarla, ahora el presidente López Obrador nos da la receta para librarnos de toda culpa a causa del patrimonialismo político: “Cuando se dice que mis hijos están metidos en negocios y tráfico de influencia, me tiene tranquilo, no me quita el sueño, ni a ellos tampoco porque no es cierto. Si estuviesen metidos en la corrupción y el tráfico de influencias pues no estarían tranquilos”. O sea, para todo tipo de insomnio y dormir bien, solo tenemos que estar ¡tranquilos! ¿Acaso por eso dicen que cómo México no hay dos? |
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