En realidad, la historia no se repite, aunque si esto sucediera la diferencia la marcarían las circunstancias imperantes en el momento de referencia, entonces los acontecimientos quizás serían semejantes, pero nunca iguales. La reflexión viene a cuento porque justamente el primero de diciembre de hace cien años (1924) tomó posesión de la presidencia de la república mexicana Plutarco Elías Calles para cubrir un periodo que concluiría en 1928. Durante su mandato por reforma constitucional el periodo presidencial se elevó de cuatro a seis años y le correspondería desempeñarlo a Álvaro Obregón, pero fue asesinado el 17 de julio de 1928 cuando ya era candidato presidencial electo, por lo cual se nombró a Portes Gil presidente interino quien convocó a elecciones para elegir al presidente que cubriría el periodo 1928-1934. Auspiciado por Calles, Pascual Ortiz Rubio fue candidato del partido recién creado (el PNR- 1929) y resultó electo, pero en 1932 presentó licencia para dejar el cargo, harto ya de la injerencia de Calles en la gobernanza y de la indigna situación que provocaba. Fue ostentoso el mangoneo de Calles en el gobierno de Ortiz Rubio, eso contrastaba con su ofrecimiento de iniciar en México la era de las instituciones, donde el imperio de la Constitución y de las leyes marcara el rumbo del país dando fin al caudillaje. Pero a Calles, ser humano al fin, lo venció la fruición por el poder, lo podía hacer y por esa condición de “Jefe Máximo de la Revolución” en 1934 decidió la candidatura presidencial de Lázaro Cárdenas, quien “escuchó” las “sugerencias” de Calles para nombrar en su gabinete a sus recomendados (a sus hijos Plutarco y Alfredo, gobernadores de Nuevo León y Tamaulipas, respectivamente), aunque dos años después, contrario a Ortiz Rubio, asumió su responsabilidad histórica en el mando presidencial y puso un hasta aquí a Calles mandándolo con su gente al exilio el 10 de abril de 1936, así Cárdenas dio fin al llamado Maximato.
Ese es un interesante episodio de nuestra evolución política, un arcón lleno de experiencias que en México la clase política no ignora, de allí que rememorarlo es muy recurrente porque en asuntos del poder político el hombre del poder repetidamente sucumbe a la tentación de incurrir en situaciones semejantes. Ahora en 2024 observamos la intensa actividad presidencial involucrándose en propuestas de consecuencias transexenales ¿Estamos en la tesitura de repetir un anacrónico Maximato? El presidente López Obrador sabe bien el efecto de sus acciones, también del comentario público respecto a su potencial injerencia en el gobierno de Claudia Sheinbaum, por lo cual se ocupa de disolver ese rumor asegurando que su sucesora «no es pelele»…» ni yo soy cacique ni ella es pelele, somos compañeros y coincidimos porque defendemos la transformación que hemos iniciado millones de mexicanos, eso es lo que hemos venido aclarando y en mi caso pues ya lo he dicho desde hace algún tiempo, yo me voy a retirar, me voy a jubilar, ya no voy a participar en la vida pública». Lo enfatiza el presidente, pero ¿será verdad? Lo más seguro es el quién sabe, porque la relación de AMLO con la verdad no está muy acreditada, según quienes llevan la cuenta de cuántas afirmaciones no ciertas ha proferido en sus mañaneras. Porque, además, también dice AMLO que su retiro definitivo incluye su militancia en MORENA, registrado está. Por otro lado, queda en la expectativa la reacción de la presidenta Claudia Sheinbaum en el caso de una injerencia extraña en su gobierno. Lo sabremos en caso de producirse el supuesto, sin embargo, en cuanto se refiere a la lealtad una tesis muy conocida sostiene que ésta perdura mientras existe subordinación cuando esta concluye la supeditación desaparece y con ella la lealtad. Ya veremos cuantas veces canta el gallo. |
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