El trágico accidente ocurrido en la Línea 12 del sistema del metro de la Ciudad de México y que dejó un saldo saldo de 25 personas muertas y 79 lesionados ha consternado a la sociedad por varias razones: desde luego que en primerísimo lugar por el dolor y la pérdida de vidas humanas, del sufrimiento de las familias de los heridos y los fallecidos, pero consterna también ver las reacciones de la clase política, del gobierno federal, del presidente López Obrador, de los dirigentes y voceros de los partidos antagónicos al mandatario, preocupados más en sacar raja política de la tragedia, en acusar al otro de la politización de un hecho doloroso, de mirar solo el proceso electoral, y dejar en claro que lo que menos les importa a todos, son las víctimas y sus familiares.
El presidente López Obrador está más preocupado en administrar los daños a la imagen de su gobierno en pleno proceso electoral ya cercano el 6 de junio día de la votación y en salvar la cara de Claudia Sheinbaum, quizá su funcionaria favorita para sucederlo, y de Marcelo Ebrard, el canciller y operador mil usos del gobierno morenista. Pero de solidaridad, empatía, condolencias a los deudos, apersonarse el día del accidente en la zona cero, visitar hospitales para reconfortar a los heridos, nada; nada de nada.
El desplome del paso elevado del metro, que provocó la caída de dos vagones de una altura superior a los 15 metros, ocurrió en uno de los tramos más nuevos del sistema del metro capitalino, la Línea 12 también llamada Línea Dorada, inaugurada en 2012, y que transporta a diario a casi un cuarto de millón de pasajeros. Este accidente no fue resultado de un sismo o un evento impredecible. Fue consecuencia de la corrupción, la negligencia gubernamental y la austeridad mal entendida que ha sido lesiva en casos como éste, donde los ahorros obligados repercuten en el mantenimiento de instalaciones y se cobran vidas humanas.
En esta tragedia que enlutó hogares mexicanos y causó consternación nacional hay responsabilidades que no deben omitirse, pues casi desde su inauguración hace casi una década esta línea había estado aquejada por debilidades estructurales y por denuncias de corrupción en el proceso de construcción. Sin embargo, excepto por un cierre breve y parcial de la línea en 2014, las advertencias fueron ignoradas por los gobiernos sucesivos. Incluso los vecinos habían alertado sobre la integridad estructural del paso elevado, que presentaba grietas en el concreto, luego del fuerte sismo de septiembre de 2017.
Este lamentable accidente debe investigarse a fondo para deslindar responsabilidades, de las empresas constructoras y de los funcionarios que participaron en el proceso licitatorio.
El presidente Andrés Manuel López Obrador rechazó que el accidente en la Línea 12 del Metro de la capital del país tenga como causa la austeridad presupuestal y dijo que el gobierno federal podría destinar recursos para fortalecer el Metro, pero aseveró que este sistema tiene recursos suficientes autorizados por el Congreso de la Ciudad de México.
Pero no debemos olvidar que López Obrador ha sido criticado por imponer estrictas medidas de austeridad fiscal que han dejado a muchos programas sin fondos o muy restringidos para labores de mantenimiento, como es el caso del sistema de transporte público o las refinerías e instalaciones petroleras, que ya han tenido varios accidentes en los meses y semanas recientes. Misma austeridad que dejó a niños con cáncer sin medicamentos, que canceló guarderías, o que obliga a estados y municipios gobernados por Morena a caer en subejercicios para devolver recursos a la tesorería de la federación que se destinan a los proyectos favoritos del régimen: el Tren Maya, el aeropuerto de Santa Lucía o la refinería de Dos Bocas, y, desde luego, el reparto de apoyos de los programas sociales.
Lo que es un hecho es que este accidente impacta en la imagen y el discurso de la Cuarta Transformación porque por más que se pretenda evadir la responsabilidad o diluirla, no se podrá culpar al pasado, porque la Ciudad de México es gobernada por la izquierda, del PRD a Morena, desde 1997.
Lo que es seguro es que tendrá efectos en las posibilidades de los personajes del partido gobernante que se enfilan a la sucesión presidencial de 2024: Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard, el secretario de Relaciones Exteriores que gobernaba la ciudad cuando se inauguró la línea colapsada. Menudo problema tiene frente a sí la Cuarta Transformación.
Tiempo de canallas expresó el presidente López Obrador cuando se victimizaba en su larga perorata en la mañanera al día siguiente del accidente y se lanzaba contra los medios de comunicación acusándolos de atacarlo por ese motivo. Más bien son tiempos de no creer en lo que se va convirtiendo la esperanza por la que muchos votamos.
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