En todas las democracias modernas es común que el partido que gobierna busque su permanencia en el poder y que la ciudadanía que en un momento determinado les otorgó su confianza se la refrende en el siguiente proceso electoral. Este propósito implicaría, en primer lugar, que al llegar a las administraciones públicas los candidatos emanados de una fuerza política cumplan puntualmente con los compromisos contraídos con la población y que derivado de ello su legitimidad se afiance a grado tal que los electores deseen renovarles el mandato. Es una aspiración legítima e incuestionable.
Qué mejor promoción para un partido que concurre a las elecciones que los resultados y las buenas cuentas que entrega desde el poder público, sea en los espacios legislativos o en la administración pública federal, estatal o municipal. Si existe un buen gobierno sería lógico que la fortaleza de su partido esté fuera de duda. Si la popularidad del gobernante es muy alta se esperaría que en un proceso electoral las apuestas a favor del partido en que milita sean muy promisorias.
Sin embargo, ¿qué pasa cuando un abanderado de un partido político tiene que buscar el voto ciudadano en un escenario de desconfianza, apatía, desencanto o franca irritación social en contra de un gobierno emanado de las propias filas de su organización? ¿Debe pedir una nueva oportunidad a la gente o defender lo indefendible? ¿Debe deslindarse de esa gestión? ¿Se puede hacer eso sin irritar al gobernante saliente y a sus colaboradores, que sin duda pueden empedrarle el camino al candidato?
Decisión nada fácil en el marco de la actual coyuntura política nacional y estatal.
Porque puede llegar un candidato con un auténtico proyecto de cambio para la sociedad, con las mejores intenciones de servir y con reconocida trayectoria y arraigo entre la gente, prendas todas que pueden ser insuficientes ante la magnitud del saldo negativo de la gestión que va de salida, que deja un gobierno emanado de un partido que justamente postula a este buen abanderado que retratábamos.
Deslindarse o no es el dilema de ese candidato. Y hacerlo puede enemistarlo con muchos, con los riesgos que ello conlleva para el éxito de su aventura proselitista.
Dilema complejo pero real que seguramente enfrentarán muchos candidatos del partido en el poder en Veracruz y particularmente en la capital del estado ante el relevo del gobierno municipal.
Porque para convencer y vencer la mejor arma siempre es la crítica y la autocrítica.
Los pendientes en la agenda política y de desarrollo, la gravísima inseguridad, la crisis sanitaria y económica, la falta de empleo e ingreso, la cancelación de oportunidades y los problemas cotidianos de la gente, plantean un escenario muy complejo para los abanderados de la coalición Morena-PVEM-PT en cuanto a pedir que se refrende la confianza en el proyecto que enarbola la llamada Cuarta Transformación, y ello es particularmente claro en Veracruz.
Pero del otro lado, el saldo de corrupción y saqueo de las arcas públicas que dejaron los gobiernos emanados del PRI o del PAN en los años recientes no se ha olvidado; el ciudadano tiene presente esa pesada herencia que fue justamente la que llevó, ante el hartazgo de la sociedad por el desastre en todos los órdenes que dejaron las tres últimas administraciones federales y estatales, a que se diera en el 2018 un voto masivo en favor del cambio que llevó a Andrés Manuel López Obrador a la presidencia de México y arrastrara con su victoria a los candidatos de Morena a prácticamente todos los cargos de elección popular que estuvieron en juego en el país, Veracruz incluido.
Pero en estas elecciones federales y obviamente en las estatales López Obrador ya no estará en la boleta, y aunque tiene un muy alto porcentaje de aceptación en todos los sondeos, habrá que ver si sus simpatizantes se toman la molestia de salir a votar en estas elecciones intermedias y especialmente en los comicios locales donde los negativos de los gobiernos estatal o municipales pueden pesar mucho en esa decisión de quedarse en casa el día de la jornada electoral.
Quizá por ello ante la percepción de buena parte de la sociedad de la falta de resultados y de claridad en el rumbo de los gobiernos de Morena, y más con su propensión a la polarización y la emergencia de resortes autoritarios que hemos visto, y ante la disyuntiva de darle su voto a esta formación política o volver a confiar en los partidos que ya gobernaron y entregaron las peores cuentas, al proceso electoral en curso y a la jornada de votación del próximo 6 de junio los amenaza el fantasma del abstencionismo.
Es un hecho notorio que existe un clima de apatía y hartazgo de una gran mayoría hacia todos los partidos y hacia los políticos de todos colores, por lo que muchos dudan incluso sobre la trascendencia del acto de emitir su voto; y ello sin contar, desde luego, de los riesgos que implica la pandemia por el Covid 19 y que puede definitivamente alejar a la gente de las urnas.
Ese es el dilema que marca las elecciones de este 2021. Y ese es el reto que tienen frente a sí los candidatos a las diputaciones federales que iniciaron sus actividades proselitistas este primer domingo de abril y los abanderados a las diputaciones locales y alcaldías que saldrán a buscar el voto ciudadano en la primera semana del mes de mayo.
Ya los veremos en acción y conoceremos sus propuestas, escucharemos sus deslindes respecto a los gobiernos del pasado y del presente y las nuevas promesas que harán para ganar la simpatía de la gente, o al menos para que la motiven a salir a ejercer su voto.
Ya que les creamos o no, eso es otra historia.
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