Este 16 de diciembre dio inicio el proceso electoral por el que los veracruzanos renovaremos en junio del próximo año la Legislatura del Congreso del Estado y los 212 ayuntamientos de la entidad.
14 partidos políticos, cuatro locales y tres nacionales de nueva creación, además de los siete partidos nacionales ya conocidos, inician la lucha por conquistar las preferencias de los ciudadanos. Estarán en juego mil 104 cargos de elección: 30 diputaciones de mayoría relativa, 20 de representación proporcional, 212 alcaldías, 212 sindicaturas y 630 regidurías.
Estos comicios se anuncian de pronóstico reservado porque en la misma jornada habrá también elecciones federales para elegir a los integrantes de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión.
Este proceso electoral se da en un entorno de crisis, como ha sido la constante en los años recientes, pero ahora agravado por la emergencia sanitaria que obliga a replantear la dinámica de las campañas políticas y de muchos actos en la fase de preparación de la elección e incluso en la propia jornada de votación.
Los comicios serán, a no dudarlo, un referéndum sobre el estado de salud de la Cuarta Transformación en Veracruz y en todo el país, y la oportunidad de las fuerzas políticas de oposición de mostrar si asimilaron la lección de la gran derrota que tuvieron hace dos años.
Pese a lo ofrecido en las elecciones de gobernador del 2018, nuestro estado sigue postrado en lo económico, sin obra pública ni programas o acciones que detonen el desarrollo, con graves carencias en la infraestructura de salud y educación, con un desempleo galopante, sumido en la improvisación y arrastrando una grave e inacabable situación de inseguridad y violencia, todo ello sin contar con la terrible pérdida de vidas humanas y los estragos económicos que ha causado la pandemia del Covid 19.
Ante ello seguramente vendrá la oferta del cambio, de que ahora sí va en serio, por parte de las fuerzas de oposición. Mientras que del lado del partido en el poder es poco lo que puede ofrecer salvo explotar el filón de los programas sociales. Sin la posibilidad de exhibir logros de la administración estatal, con el discurso del combate a la corrupción evaporado, cuando pocos creen en la persecución real de quienes quebraron la hacienda pública y los anuncios de que se hará justicia suenan vacíos, para Morena las elecciones no serán, como creen, un día de campo. El desencanto está instalado en la sociedad y el nombre del presidente Andrés Manuel López Obrador no estará en las boletas. Menuda complicación tienen enfrente.
Llegamos a estas elecciones viviendo en dos mundos: el que pinta el discurso oficial y el que ahora ofrecen quienes van tras el voto ciudadano, y el mundo de a de veras, el de la lucha cotidiana por la subsistencia y el vivir con miedo ante la pandemia, la incertidumbre por la falta de oportunidades, la violencia criminal y la incapacidad del gobierno para frenarla.
La ciudadanía desconfía de los partidos políticos y de sus ofertas; su pasado y su accionar en el presente y el pasado inmediato, con la cauda de promesas incumplidas, corruptelas, abusos e incompetencia mostrados, los condenan en el ánimo social.
Como cada vez que hay elecciones, el abismo entre el mundo real y el mundo virtual, el de la venta de espejitos y el alud de ofertas de campaña, el de los afanes de los políticos, sus intereses y sus guerras por el poder y el mundo de preocupaciones y agobios del ciudadano de a pie, se manifiesta diáfanamente. Son dos realidades distintas, pero una sola verdadera.
Quizá por ello desde ya, con el inicio del proceso electoral, comienzan a conocerse sondeos y estudios de opinión que muestran un crecimiento notable respecto a otros años del porcentaje de indecisos o de aquellos que no expresan sus preferencias por los partidos o personajes que se perfilan para ser abanderados
Con todo, es previsible que ese estado de ánimo de apatía por la cosa pública comience a entrar en un estado de efervescencia conforme transcurra el proceso electoral y se echen a andar las campañas políticas. Ojalá así suceda.
Es deseable también que se cuente con un clima de concordia y estabilidad para el adecuado desarrollo del proceso electoral, pero es ineludible el respeto a la ley de parte de todos los actores involucrados: del Gobierno del Estado que debe evitar cualquier tipo de intervención en los comicios, del Organismo Público Local Electoral que debe acreditar su independencia y profesionalismo y de los partidos políticos y sus abanderados que deben estar a la altura de las demandas de la sociedad para jugar limpio, realizar campañas diferentes, que no expongan a la gente ante la emergencia sanitaria, y, sobre todo, que no lucren con las necesidades de los más pobres.
Las instituciones y el andamiaje legal en que se sustenta nuestra competencia electoral no son propiedad de unos cuantos sino que son patrimonio de los ciudadanos, y lo que debe hacerse es participar, sufragar y exigir a los gobernantes, autoridades y jugadores que cumplan puntualmente con la ley. Ese es el único camino para fortalecer y rescatar la institucionalidad democrática que tanto ha costado construir y que vive bajo asedio.
A los ciudadanos nos toca demostrar a los habitantes de ese mundo de discursos falaces, de incompetencia, impunidad y complicidades en que han convertido la función pública, que la sociedad puede echarlos del poder.
La política es una cosa tan seria que no se puede dejar, por conformismo, desencanto o agotamiento, en las manos de improvisados o de los depredadores de siempre.
Debemos participar y en su momento ejercer con toda libertad nuestro voto. Es mucho, quizá como nunca antes, lo que está en juego.
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