El atroz asesinato de los jóvenes estudiantes de cine Javier Salomón Aceves Gastélum, Marco Francisco García Ávalos y Jesús Daniel Díaz García, conmocionó a México. Con todo y la normalización de la violencia y la insensibilización que ya es evidente entre nosotros ante la sangría y la criminalidad que nos ahoga desde que iniciará la fallida estrategia de los gobiernos del PAN y el PRI para combatir el narcotráfico, este crimen múltiple ocurrido en Jalisco puso a México una vez más frente a una de sus peores pesadillas, la que pocos quieren voltear a ver.
Los jóvenes, menores a 25 años y aspirantes a cineastas, fueron secuestrados, torturados, asesinados y disueltos en ácido mientras grababan una tarea escolar. La Fiscalía General de Jalisco detuvo a dos personas quienes confesaron su participación en la desaparición y asesinato de los tres estudiantes. Uno de los detenidos fue identificado como Omar, un rapero, otro joven, que confesó haberlos matado para posteriormente disolver los restos en ácido sulfúrico y que habría recibido 3 mil pesos por esa aberrante acción, presuntamente ordenada por el Cártel Jalisco Nueva Generación al confundirlos con miembros del Cártel Nueva Plaza, un grupo antagónico.
Este dramático caso pone de relieve la terrible descomposición que vivimos y en la que los jóvenes llevan la peor parte. La ola delincuencial que nos atenaza a todos los tiene a ellos especialmente en sus manos, sea para volverlos víctimas o, merced a la falta de oportunidades, convertirlos en victimarios.
El joven rapero que se prestó a disolver los cuerpos en ácido grababa videos y tenía un canal de YouTube donde contaba con 121.242 suscriptores. En su página de Facebook aparece un póster del Rap Fest 664 en Tijuana, que se celebrará el 29 de abril, donde aparece como invitado principal. Un día antes tendría una presentación en Mexicali, también en el estado de Baja California. Es decir que es un muchacho cuya vocación era la música pero se volvió criminal. ¿Por qué? Por dinero fácil, quizá.
Y como el rapero Omar ¿cuántos jóvenes pobres, del campo y la ciudad, son reclutados por organizaciones criminales como sicarios o halcones? ¿Cuántos adolescentes engrosan las filas de la delincuencia día a día? ¿Será porque admiran el “mundo narco” que deja buena lana a productores y grupos musicales y de series o películas que glorifican la vida de quienes abrazan la carrera delictiva? ¿O porque no tienen de otra?
En un país donde un joven no encuentra trabajo o debe emplearse de lo que se pueda para subsistir o ayudar a su familia sumida en la pobreza o que batalla para llegar al fin de quincena, es muy probable que se les haga fácil traspasar la línea. Lo mismo que un joven del campo al que solo le queda como alternativa emigrar o sumarse a las filas de la delincuencia para ganarse la vida.
Esa es la triste realidad entre los sectores más desfavorecidos, donde la pobreza y la falta de empleo e ingreso mínimamente remunerador es la constante, lo mismo que en sectores menos golpeados por la crisis pero donde la educación ha fracasado y la pérdida de valores es el pan de cada día. Y en todos los casos las víctimas son jóvenes. La falta de oportunidades los condena.
No vayamos lejos. Seguramente usted conoce o sabe de estudiantes o universitarios recién egresados que no encuentran empleo y los vemos despachando gasolina en una estación, manejando un taxi, de empleados en tiendas, por citar casos de trabajos respetables pero que desde luego no eran su aspiración, o simple y llanamente desempleados porque no hay trabajo o en el que hay se les ofrecen salarios miserables.
En esas condiciones salta la pregunta evidente: ¿Y los gobiernos, los políticos y candidatos qué hacen, qué han hecho, para atender esta emergencia nacional? En el caso que nos ocupa del crimen de los jóvenes cineastas o de otros jóvenes que desaparecen solo se extienden condolencias, se hacen tronantes declaraciones de que se castigará a los responsables, o se lanzan compromisos de que se investigará “caiga quien caiga”, pero no van al fondo del problema. Hoy por hoy están enfrascados en la guerra electoral, en la descarnada lucha por el poder.
La única vía que tenemos para salir de la terrible realidad que vivimos en nuestro país es combatir la desigualdad y brindar oportunidades de empleo e ingreso a las jóvenes generaciones. Esa es la principal asignatura pendiente y lo que debería concentrar la atención de los candidatos y partidos que andan en campaña. Pero es evidente que no todos tienen esa lectura de los hechos.
Si los gobiernos han fallado estrepitosamente y a los políticos solo los mueve el poder y los negocios, la sociedad no puede resignarse a vivir con miedo y a quedarse en el recuento de crímenes, de jóvenes vidas truncadas, de historias de horror e impunidad.
Es tiempo de que nuestra indignación se transforme en acción, en exigencia para revertir nuestra terrible realidad. Al crimen se le debe combatir no solo con armas. Se debe hacerlo con mejor educación, con trabajo para todos, con políticas públicas de apoyo a los jóvenes, con fomento a los valores, con honestidad en el ejercicio de gobierno, cerrando espacios a la corrupción, castigando al que delinque, lo mismo al sicario que al político que desvía recursos.
No podemos quedarnos cruzados de brazos. El 1 de julio tendemos la oportunidad de pasarle la factura a quienes convirtieron a nuestro país, por su ambición y voracidad, en un cruento campo de guerra, en una nación de simulación y mentiras, en la tumba o en la cárcel de miles de jóvenes que no lo merecían y a los que no hemos sabido ayudar y defender.
jecesco@hotmail.com
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