Como todo organismo vivo, la sociedad mexicana y su correspondiente sistema político han venido sufriendo las modificaciones a que obliga el cambio de las circunstancias sociopolíticas y económicas, pero, ¿a partir de qué momento de ese proceso histórico podemos ubicar el inicio de los estertores, augurios de cambios más profundos que la secuencia evolutiva de acontecimientos? ¿La elección de 1988? ¿la alternancia del 2000? ¿el regreso del PRI a la presidencia en 2012? Investigadores del acontecer sociopolítico mexicano coinciden en señalar la elección de 1988, que incluye el desgajamiento de parte del ala izquierda del PRI, como un parteaguas, no solo electoral sino detonante de acciones reformadores reflejadas en el marco normativo, en la creación de instituciones autónomas, en el surgimiento del fenómeno conocido como partidocracia, en pérdida de la hegemonía priista y el rompimiento del molde bipartidista PRI-PAN por el advenimiento del PRD, etc.
Pero un fenómeno histórico de esa naturaleza no germina por generación espontánea, pues guarda raíces de parentesco con acaecimientos aparentemente inconexos, aunque con fuertes vínculos entre sí: la sucesión de derrotas electorales reconocidas por el PRI-gobierno en municipios importantes, capitales de estados las más, a las cuales sucedieron las pérdidas electorales de gobiernos estatales, incluido el Distrito Federal de antaño, en 1997. Por supuesto, también el enfrentamiento en las cúpulas de poder, Salinas-Zedillo, las declaraciones de Miguel de la Madrid sobre los sucesos del 88, que fueron inmediatamente apagadas por la amenazante advertencia del innombrable.
Cuando perdió la presidencia, el PRI se ajustó a sus nuevas circunstancias, dando lugar en el Congreso al surgimiento de la Partidocracia, cristalizada en la suma de complicidades entre las directivas partidistas en el Congreso para mediatizar cambios institucionales y cooptar de inmediato el libre funcionamiento de instituciones con vocación de autonomía: IFE (INE), ASF, IVAI, Banco de México, entre ellas. En otro orden, derivado de la alternancia en 2000, los gobernadores encontraron oportunidad de definir sus respectivas
sucesiones, a modo de continuismo, obviamente, fenómeno combinado con un Convenio Fiscal muy generoso que les otorgó oportunidad de manejar cuantiosos recursos económicos, coronados con los excedentes petroleros libres de toda comprobación, lo cual potenció la corrupción en nuestro país, y permeó dinero en abundancia hasta el nivel de gobierno municipal invitándolos al irresponsable despilfarro.
Los presupuestos públicos se convirtieron en fuentes de abastecimientos a procesos electorales, los programas asistenciales burocratizaron al campesino mexicano, aumentó la pobreza en grado extremo y se agudizaron las desigualdades sociales, mientras la clase política, divorciada ya de la sociedad, desmerecía en la conciencia popular.
En esa bien fertilizada maraña de acontecimientos se fue nutriendo la semilla del cambio, acompañado con un escenario federativo pluripartidista, en el cual el PAN y el PRD paulatinamente iban ganando porciones estatales a expensas del PRI. Y, quién lo dijera, el avatar priista de la izquierda, el PRD, ya mediatizado bajo el dominio de “Los Chuchos” y tribus de compañía, empezó a desmoronarse cuando sus cuadros operativos más importantes emigraron a otras siglas: Cárdenas, López Obrador, Muñoz Ledo, Bartlett, Monreal (ex priistas todos), Encinas etc. Tal es el prólogo que en breve resumen explica los motivos del cambio en el país.
Y si hubiera que hacer un estudio de caso, el de Veracruz relata con meridiana claridad los factores del cambio: en el ámbito electoral, de la década finisecular a la fecha las elecciones municipales arrojaron significativas derrotas priistas, 54 municipios en 1994 y 107 en 1997. En 1998 el tricolor hizo uso de su carta más fuerte en la sucesión de gobierno, Miguel Alemán Velasco, a quien Zedillo despejó el camino mandando a CAPUFE al disciplinado Gustavo Carvajal. Seis años más tarde, ya sin la autoritaria consigna presidencial de por medio, Alemán pudo designar libremente como su sucesor a Fidel Herrera Beltrán, desatando con ese destape los jinetes del apocalipsis sobre la entidad veracruzana. Después ya nada fue igual.
Con Fidel Herrera se enseñorearon la simulación, el caos administrativo, el desbarajuste financiero y la corrupción al tope en la administración pública estatal. Combinados con la corrupción desde la cúpula del poder, convirtieron a Veracruz en presa fácil de los designios de un grupo de enajenados malandrines, fanáticos del patrimonialismo político,
capitaneados por el gran maestre y por lo tanto cubiertos con el amplio manto de la impunidad. Porque sin las limitaciones del otrora centro del poder, Fidel maniobró para dejar sucesor ad hoc que le cubriera la salida velando sus graves latrocinios. Dotado de indiscutible talento para forjar planes de evasión, para tal fin escogió a uno de sus discípulos, y seleccionó bien sin duda, porque el señalado como sucesor le cubrió y “lavó” sus graves pecados.
Ese “afortunado”, desangelado, sin talento para la cosa pública y sin vocación social, se sintió tocado por el destino y le dio por volar alto y en esa lógica entró en caras complicidades con la elite priista nacional a costa del erario veracruzano, las alturas lo marearon, y cual moderno Ícaro cayó al suelo con las alas derretidas.
Tales antecedentes explican la inconformidad social, el enojo de la población contra los gobernantes priistas, lo que generó el caldo de cultivo del desconcierto, de donde el candidato panista al gobierno de Veracruz, Miguel Ángel Yunes Linares, sacó los votos para ganarle al PRI el gobierno estatal en 2016 para un periodo de dos años.
Ya como gobernador, Miguel Ángel Yunes Linares no pudo, no supo o no quiso sustraerse al embrujo del poder, le ganaron la confianza y el deseo de trascender sus tiempos, qué mejor hacerlo sino a través de su misma sangre. Ganó una vez desde la oposición, supo cómo hacerlo, y ya con las herramientas del poder en sus manos le pareció fácil repetir el triunfo. No midió, sin embargo, la fuerza del Movimiento al que enfrentaba, ni el arrastre de un tozudo político que recorrió pueblo a pueblo durante 18 años el territorio nacional. Aparentemente, Yunes Linares hizo bien sus cuentas, pero no le alcanzó porque MORENA arrolló toda competencia, hizo añicos al PRI, puso en peligro de extinción al PRD y dejó turulato al PAN.
Así, en 18 años, México ya ha conocido a cuatro presidentes, dos del PAN, uno del PRI y ahora uno de MORENA, enorme contraste histórico de un país que desde 1946 hasta el 2000 solo tuvo presidentes emanados del PRI. Y en Veracruz, durante las dos primeras décadas de este siglo ha habido tres gobernadores del PRI, uno del PAN y ahora entra en funciones Cuitláhuac García, de MORENA, a quien se desea el mejor de los desempeños por el bien de Veracruz.
Termina una era e inicia otra que invita a preguntar ¿estaremos asistiendo a una reedición del priismo con actores de nuevo cuño, y con partido diferente? Porque, finalmente, cuando nació el PRI y sus anteriores avatares, el PNR (1929) y el PRM (1938), sus creadores y militancia enarbolaban los principios juaristas y de la Revolución Mexicana, es decir, los orientaba la Segunda y la Tercera Transformación, que, una vez cumplido su círculo histórico, dan paso a la aún hipotética Cuarta Transformación. alfredobielmav@hotmail.com
1 diciembre-2018 |
|